“Nuestra época
le ha dado la espalda a la culpa, a los muertos”. La frase es del escritor
vallisoletano Gustavo Martín Garzo que presenta una nueva novela sobre los
crímenes de la guerra civil. ¿Otra vez a vuelta con eso? Mejor pasar página,
apostar por la reconciliación, negociar con el olvido. Dicen algunos
inconscientes que la muerte es democrática. ¡Y un carajo! Alguien apretó un
gatillo (y fueron muchos los gatillos apretados) y acabó con un proyecto para siempre
(y esas vidas no volvieron). Alguien delató y condujo a un ser humano a un
final que no tiene justificación. Alguien presenció la ejecución, alguien se
benefició de la muerte de su vecino. Los descendientes de las víctimas y los
ciudadanos de este país no tienen el nombre de los culpables y por tanto no
tienen consuelo ni cimientos sólidos en los que construir un futuro honrado. La
factura no ha sido pagada. Las deudas con los bancos no se puede condonar, las de la Historia se borran con goma de ignominia. Pasemos página, el
odio no conduce a ninguna parte. Somos un país moderno que ha sabido curar las
heridas. ¿De quién eran las heridas?
El Estado, ese que presumiblemente nos salva de la
barbarie es el garante de que los culpables paguen, el castigo ejemplar, nadie
puede escapar a la ley. ¿Qué pasa si ese Estado es el que instiga el delito?
¿Qué pasa si un país calla cuando hay miles de muertos sin asesinos? ¿Qué pasa
si se decreta un olvido incondicional y se amnistía sin condicionaes a los culpables? ¿La culpa
prescribe? ¿La impunidad es la verdadera ley no escrita? Otro libro sobre los
muertos de la guerra civil, qué escritores más persistentes, qué resentimiento,
no tienen espacio para el perdón. ¿Perdón, qué perdón, a quién se perdona si no
hay culpables?
Pasa el tiempo y los cadáveres siguen en las
cunetas y los responsables van muriendo respetablemente. Entierran su culpa por
la indolencia de una sociedad que prefiere no remover el pasado. Hubo muertos
de todos los colores, mejor homogeneizar los crímenes en el epígrafe de
barbaries varias de guerra civil, meterlos en una bolsa bien negra y dejarlos
al margen de la consideración particular y detallada de cada caso. Mejor que
los nietos no sepan qué hicieron sus abuelos para que los sigan enterrando con honores
de personas honradas, de vencedores de una guerra. Mueren respetablemente los que mataron impunemente. Otros nietos no saben nada
de sus abuelos, tal vez una rabia subterránea se les erice algún día, tal vez
sea demasiado tarde porque vuelva el tiempo de los muertos sin asesinos.
Aquella guerra lo cambió todo. Las
estaciones, el orden de los días, los parentescos. Todo lo mezcló: las cartas
de los novios con las delaciones de los vecinos, la lujuria con las
canciones de cuna, el agua bendita con los asesinatos. Nada volvió a ser igual,
todo quedó manchado por la culpa. Fue como cuando Caín mató a Abel con la
quijada de un asno: el mundo cambió para siempre.
Fragmento de Donde no
estás de Gustavo Martín Garzo.