Lo
leí temprano y quedó en algún desván olvidado en los trasiegos de mi vida.
Recuerdo la historia y una crueldad que me impactó. Treinta años después se
cruzó en mi camino, reposaba en antro singular, en una pila de materiales inservibles, ya se sabe,
literatura, filosofía, arte, nada que pueda competir con los alabarderos de la
cibernética.
De
momento me he conformado con leer el Prefacio de Gregorio Marañón. El libro es
de mi propiedad (lo he añadido con placer a mi humilde patrimonio) y si puedo
escudriñar sus enseñanzas de aquí hasta el final de mis días por qué sumergirme
en él con precipitación. Marañón escribe:
Repentinamente he encontrado
el sentido de libros que siempre me enojaron o me aburrieron; y de otros, que
eran delicia de mi vagar o alivio de mis preocupaciones, sin saber por qué se
me caen ahora de las manos.
Es
la potencia del cambio de perspectiva, el decorado de nuestra existencia se
renueva y nos ofrece nuevas visiones de aquellos textos que consideramos
inamovibles.
Tengo
que reconocer que desde el primer momento vinculé a Luis Bárcenas con el
Lazarillo de Tormes. La trayectoria moral de ambos no difiere tanto como en un
principio pudiera parecer. Pero es necesario un caldo de cultivo, una atmósfera
donde se pueda desarrollar la picaresca. Leí con estupefacción como los
compañeros de prisión de Luis el de los Sobres hablaban maravillas de él,
alababan su gallardía, celebraban sus regalos y lo encumbraban como nuevo Robin
Hood de la política española. Era uno de los suyos. Treinta millones de
españoles admiran en la intimidad los bemoles de este personajillo que tiene en
jaque a un presidente del gobierno y que dispone de unas cuentas en el
extranjero a las que no se le acaban los ceros a la derecha (qué casualidad).
Gregorio Marañón me ayuda a comprender el escarnio y reconocer el efecto nocivo
que la novela picaresca (reflejo de una época, de un país y de una forma de
entender el pacto social) ha podido tener en nuestra genética patria.
Lo pésimo de esta literatura
estriba en el hecho de vestir las fechorías sociales – el robo, el engaño, la
informalidad ante la palabra, el mismo crimen- de una gracia tan sutil que todo
lo atenúa y que acaba por justificarlo todo.
que claro,pienso igual
ResponEliminaLa picaresca es natural y siempre justificada en nuestro país. Pero ser pícaro para poder comer es una cosa y ser un chorizo de guante blanco, otra.
ResponEliminaUn besote
La base moral no es muy diferente.
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