“El mundo está detenido ante
el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el
mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río.
Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el
aire con sus bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el
agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla’. Y el pobre reza:
‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el
hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más
grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los
hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy
hablando en socialista puro?” [Entrevista en La Voz,
Madrid, 7 de abril de 1936]
Este
país todavía no ha purgado lo suficiente la ignominia de su muerte.
Cada 18 de agosto desde 1936 una lavativa se nos hinca en el culo exigiendo
devolver la dignidad a una voz arriesgada y sensible. Solo nos quedan sus
textos y los últimos aplausos de una obra de teatro que él imaginó. En los
albores de mi trayectoria de lector cayó en mis manos un ejemplar de Poeta en Nueva York y desde el inocente
desconocimiento comprobé que aquel poeta rojo y maricón imaginaba mundos que yo
no veía y que tenía toda la vida por delante para habitar en el trastero de
alguno de ellos. Las circunstancias de su muerte son tan rastreras como la
realidad que vivimos en esta España en crisis. La arrogante bala que se lo
llevó de este mundo fue disparada por arribistas que despreciaban las letras,
las ideas y los fundamentos de la libertad. Ni siquiera mataban al poeta
ilustre, intentaban darle un escarmiento a Fernando de los Ríos. Desdeñaron el
arte por una lucha mediocre, otra vez la historia es zafia y vulgar dejando a
los verdaderos mártires con una pátina de ilógica que devalúa su muerte.
La
lavativa apunta a nuestro ano colectivo exigiendo purgar tantas tropelías,
tantos atropellos, tanto analfabetismo moral.
Aquí,
después de tantos años y una guerra,
todo es como entonces. (Luis García Montero)
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