Sigo
poniéndoles sobre la pista de elementos subversivos. Esta invierno, mi pareja y
un servidor asistimos a un recital de poesía en Santaco. Les hablo de una
ciudad dormitorio de la gran y cosmopolita Barcelona, el evento se celebró en
un centro cultural palacio del diseño absoluto construido en tiempos de bonanza
del ladrillo y del socialismo light. Un grupito de poetas locales hicieron de
teloneros de Juan Carlos Mestre. Yo lo abordé al salir del lavabo antes del
recitado y sin vergüenza alguna le espeté que lo consideraba un ser peligroso.
Lo argumenté. Los poetas en estos tiempos oscuros, con una lucidez que nace de
la raíz tienen en sus manos despertar alguna conciencia o desvelar el miedo que
domestica a las muchedumbres. Suerte tienen de ser despreciados por las
audiencias, de celebrar recitales semivacíos y de no ser el centro de
escándalos morbosos. Sonrió. Luego nos puso los pelos de punta con el recitado
de Cavalo Morto y su desgarrado acordeón acompañando el despliegue de palabras
engarzadas en las tripas de la emoción.
Nosotros,
al unísono, nos fijamos en los zapatos del poeta, la realidad esconde detalles
que son claves para escudriñar el sentido de la vida.
Los calcetines rojos a
juego con los cordones de sus lustrados zapatos negros. Luego nos dedicó uno de
sus libros creando una acuarela única, nos dejó su alma en colores. Y aquella
noche entró en nuestras vidas otro poeta que unos meses después dejó vacante su
sitio en el planeta: Lêdo Ivo. Y ayer, sin previo aviso, me llegó un poema
durísimo sobre los pobres (mi motivo de estudio actual). Hagan sus indagaciones
y cojan su deriva.
Los pobres en la estación de autobuses (La noche misteriosa,1982) Lêdo Ivo
levantan los pescuezos como gansos para mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la mochila,
y el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el traqueteo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la neblina de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa
la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotesco son los pobres! ¡Y cómo molestan sus olores aun a la distancia!
No tienen la noción de lo conveniente, no saben portarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído e hinchado un hilillo de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al
lloriqueo.
En los andenes van y vienen, saltan y
aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con
aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas extravagantes,
esos amarillos de aceite de dendé que lastiman la vista delicada
del viajero obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos chillantes de feria y parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort
aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.
Verdaderamente los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal gusto)
Y en cualquier lugar del mundo molestan,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares
aun cuando vayamos sentados y ellos viajen de pie.
Cruda realidad descrita de una forma magistral, muy bueno
ResponEliminaNo dejes escapar a Lêdo Ivo.
EliminaEs reconfortante oír hablar así de los poetas. Un texto precioso, gracias.
ResponEliminaSupongo que perteneces a esa estirpe o los reconoces como yo.
EliminaSí, pertenezco a esa estirpe. Supongo que te gusta la poesía...
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