El
calor veraniego me afecta pero no tanto como para transmutar la acidez en
ornitología. Este vocablo me vino por vía materna. Mi madre siempre me previno
de los somormujos, eran tiempos de pantalones cortos y regaliz y un servidor no
reparó en que el elemento real de la metáfora era una ave podicipediforme
acuática de 40 a 50 cm de longitud, con el plumaje castaño y blanco y las
patas con dedos lobulados y adaptados al agua.
Para mi madre los somormujos
eran de la rama de los longuis y los paniaguados, o sea, especímenes de sangre
coagulada muy diferente a la nuestra, gente de sangre caliente y de dar voces y
de irritarnos y alegrarnos y cagarnos en todo lo que verdegueaba.
El
somormujo tiene una característica propia y peligrosa: malas intenciones. Como no
habla no indica sus coordenadas y es imprevisible saber los territorios por los
que se mueven sus intereses. Sonríe, hace caídas de ojos, está o no está, pero
nunca da un discurso explicando el motivo de su presencia o de su ausencia. No se
compromete y eso lo hace volátil. No dijo que no, dijo que a lo mejor no. No
dijo que sí, dijo que lo más probable era que sí. Se balancea con suavidad
hasta llegar al lugar exacto que lo propulsa hacia sus objetivos. La vida me ha
enseñado que los grandes trepas tienen plumaje de somormujo.
El
somormujo nunca está en las quinielas, no se postula, espera su oportunidad, merodea
las esferas que deciden. Su principal activo es que no tiene grandes cualidades
pero tampoco defectos imperdonables. Cuando por el micrófono decisivo suena el And The Oscar goes to, él ya tiene su
media sonrisa preparada porque no le cabía duda de que sería el elegido.
Al
somormujo no lo saquen ustedes al escenario y lo enfoquen, patina. Déjenlo en
las bambalinas, en los callejones oscuros, en los monosílabos, ahí no tiene
rival. No le den la espalda, él no les empujará, pero alguien hará su trabajo
sucio. No lo podrán tener de enemigo no le dará motivos, no discutirá, no
entrará al trapo, se escabullirá con su mutis por el foro discreto y dejará que
escampe el chaparrón.
Mi
madre vivió la dictadura de un gran somormujo y yo a través del plasma puedo
admirar a otro gran ejemplar.
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