Me
desayuno con una noticia que me estropea la digestión. Los presuntos (que no
falte nunca el adjetivo) abusos del seleccionador español de gimnasia en los
años 80, Jesús Carballo. Treinta años después, Gloria Viseras, una de las
gimnastas del equipo nacional ha tenido el coraje de ir a denunciar lo que le
hizo pasar desde los 12 a los 15 años el laureado entrenador. No fijaré el foco
de mi reflexión en los protagonistas de la historia (jueces hay para ello),
sino en Toni Llorens, entrenador de la época que presenció algunas escenas
sospechosas y que se limitó a comentárselo a dos directivas de la federación
que “pusieron el grito en el cielo y no
hicieron nada. Incluso pensé en ir a la policía pero no lo hice”. Lo dejó
correr, así de fácil y así de cruel.
Se
me agria la leche en el estómago porque puedo imaginarme sin mucho esfuerzo la
conversación del testigo mudo con un amigo íntimo. Todo acaba con una sentencia
peligrosa. ¿Qué hubieras hecho tú en mi
lugar? La secta de los cobardes
intenta arrastrar la debilidad a su orilla. La mancha de aceite se extiende
lentamente y el silencio del primer testigo mudo se vincula al del segundo y al
del tercero. Nadie se atreve a romper la lealtad sucia y rastrera del silencio
que acarrea consecuencias. Si alguien hubiese roto la cadena que engarza la
complicidad este escándalo hubiese salido a la luz mucho antes. Los cómplices
sarnosos en lugar de enfrentar al espejo al testigo mudo le ofrecen una salida
digna. Claro, claro, si no tienes pruebas
concluyentes no te puedes denunciar o te arriesgas a quedarte con el culo al
aire. Claro, claro, si la chiquilla consentía pues es difícil de marcar el
límite del abuso. Claro, claro, tú vas de buena fe y si luego es falso, qué
cara pones. Yo te entiendo.
No
tendría que haberme leído todo el artículo del País. El vómito es irremediable.
“La pena que tenemos los que éramos
adultos entonces es que no sabemos cuántas niñas pueden haber pasado por lo
mismo”. Una pregunta inocente y con ganas de estrangular al cobarde: ¿Y
para qué quieres saber cuántas niñas sufrieron los abusos si tú no hubieses
hecho nada? Y la siguiente antes de que la bilis salga disparada al agujero del
inodoro. ¿No hubiese sido lo mismo si hubiesen existido cien abusos y cien
testigos mudos?
El
testigo mudo cuando se destapa el pastel adopta un disfraz de honestidad que le
permite seguir viviendo sin aceptar la responsabilidad de su silencio. Recuerdo
el caso de Arturo Rocher, exresponsable de seguridad del Metro de Valencia cuando
se produjo el accidente en 2006 en el que fallecieron 43 personas. Sin rubor ni
dolor confesó que sus superiores políticos en aquel momento le obligaron a
falsear la verdad en unas reuniones donde se ensayaron las declaraciones que
posteriormente se debían ofrecer al Parlamento valenciano. Todos nos fijamos en
la descomunal geta de Juan Cotino perseguido por el incisivo micrófono de Jordi
Évole en el célebre programa de Salvados sobre tan turbio accidente. Arturo
Rocher no denunció la manipulación en su momento, cuando podían haberle llovido
chuzos de punta, cuando era necesaria una voz discordante con el rebaño dócil y
rastrero. Ahora, siete años después, se “siente orgulloso de haber dado el
paso”.
El
mundo está lleno de cabrones pero sin sus correspondientes testigos mudos todo
les sería más difícil.
El que calla un delito es tan culpable como el que lo comete. Otra cosa es que disponga de los medios y las disculpas suficientes para salir del paso "dignamente". ¿Qué hubiera opinado el tal Toni, si la afectada hubiera sido su hija y otro el testigo mudo?
ResponEliminaGracias a "mudos" como este, consiguen su objetivo "capullos" como los otros.
Un besote
Has puesto el dedo en la yaga. El testigo mudo varía de apreciación si la injusticia está en nuestro tejado, su silencio es incomprensible. Cuando es a nuestro favor, su silencio es comprensible (rollo del miedo y todo lo demás). Más incoherencias al saco.
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