Los
rectores de mi instituto fijaron la
recuperación de Tercero de ESO de Ciencias Sociales a las 9 horas del día 2 de
setiembre de 2013. Sobre un censo de 23 suspendidos (cateo con moderación) de
un total de 143 alumnos, hacen acto de presencia en tan intempestiva mañana un
grupúsculo de 5 héroes que han sustituido las mullidas almohadas por la dureza
de los pupitres verde inconcreto.
Por
unanimidad, los miembros de mi departamento decidimos (en un acto de buena
voluntad y maquillaje) que el examen de setiembre constase de dos partes: a) unos
deberes (en 5 o 6 horas se podían tener listos sin más esfuerzo que buscar en
el libro las respuestas adecuadas) que supondrían el 40% de la nota b) un examen
de 10 preguntas (suficientemente generales para ser respondidas por cualquier
ciudadano de a pie, ejemplo, qué es un estado democrático o qué es una ONG) que
supondría el 60% restante.
Ninguno
de los 5 esforzados recuperadores ha traído los deberes, obviamente desdeñan el
40% de la nota. Se me ocurre preguntar el motivo (interrogación retórica) y me
recuerdan a un tipo de barba canosa y dicción siseante que en pleno mes de
agosto desactivó al país con un mensaje lapidario: Me equivoqué.
Vamos
con el 60% que queda. Dos alumnos dejan el examen en blanco. O sea, que su nota
será un 1 (incongruencias de los psicopedagogos que prohíben el 0 patatero). Un
alumno contesta una pregunta con cuatro palabras, en un exceso de generosidad
recibirá su correspondiente 2. Otro alumno supera al anterior con tres palabras
más, no creo que me pueda sustraer a ponerle un 3. El quinto individuo tiene
tela, ha respondido todas la preguntas (de 200 palabras no baja, si la nota
fuese a peso el 6 era suyo) pero sin orden ni concierto, con obviedades ramplonas
e inconcreciones galopantes. ¿El tendido chifla solicitando un 5? Vale, vale…
saco el pañuelo y concedo el rabo, no me insistan más, el público siempre tiene
razón, sí, sí, ya lo sé, el esfuerzo, la voluntad, menos es nada, etcétera,
etcétera.
Si
extrapolamos mi experiencia a tres asignaturas más (lo he hecho y el resultado
es conmovedoramente similar), significa que 25 alumnos de Tercero de ESO
deberían ser castigados por su desidia y permanecer un año más en la mazmorra
para que escarmentasen y se afiliasen cuanto antes al club de la cultura del
esfuerzo. Por temas logísticos la dirección fijó el techo repetidor en 5
alumnos. Moraleja: nos tocará hacer un paripé en la junta de evaluación y pasar
a 20 niñitos que ni se han presentado en el instituto en la soleada mañana de
setiembre, ni han hecho los deberes, ni el Dios que los menea. El paisaje se
complica si tenemos en cuenta que ya se produjeron rebajas en junio y los que
mostraban un mínimo de actitud hacia el estudio fueron bendecidos con un
cinquillo raspado.
Lo
escrito anteriormente es material reservado para cualquier tertuliano de postín
(Sexta y Telecinco especialmente) cuando se enzarce en sesudas reflexiones
sobre el sistema educativo español y la manida reforma del ministro
suministrador de titulares. Una cosa es predicar y otra bien diferente dar
trigo.
Lo que no entiendo es por qué se cede ante semejantes situaciones. Si un crío no está para pasar de curso, ¡¡No pasa!!! y no hay paripé que valga, lo diga quien lo diga. Para mí es parte del trabajo de un maestro, la parte más complicada, pero que no hay que esquivar.
ResponEliminaBuen comienzo de curso, despacito que quedan meses por delante. Un besote.
El sistema está pensado para que todos avancen juntitos, si se organizan los vagos y atascan un curso se fastidia el invento. Triste pero real. Gracias por los ánimos, se necesitarán.
ResponEliminaTodos estamos en el mismo carro, y los alumnos copian la desidia de la mayoría de los profes, entre otros modelos. Todos usando los exámenes memorísticos que con poco esfuerzo te van a dar al final una cifra para poner en el boletín de notas.
ResponEliminaAparte de esto soy de los que pienso que las repeticiones no sirven de nada en la mayoría de los casos.
Seguimos en sintonía, Joan.
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