Cada cierto tiempo tengo la necesidad de levitar
de mi existir más terráqueo y cotidiano para ver otros firmamentos y otros
paisajes ni que sea mentalmente ya que la crisis impide otros excesos. En el tránsito inspiro aire nuevo y el cerebro se me ensancha. No hay
mejor compañero de viaje que el Maestro Ángel Gabilondo. Esa capacidad de
abstracción que le caracteriza etiqueta realidades que vivo a diario pero que
no acierto a formular con tanta exactitud. De vez en cuando me regala temas que
me apasionan como la lección que dedica a la anatomía de la envidia.
D.B.HOROWITZ |
Su primera andanada va dirigida a lo que se ha
comercializado con el nombre de envidia sana.
La
envidia se sustenta en una cierta impotencia. Y solo es sana cuando no se
tiene.
El Maestro me ofrece claves para interpretar comportamientos
deleznables que me asedian. Veo en círculos laborales una gran afición por probarme,
atraerme hacia postulados que no son los míos con la intención de integrarme en
un rebaño que duerme tranquilo cuando caza una presa de otra manada. En el
momento que me despojan de mis convencimientos pierdo mi identidad y paso al
grupo de los amorfos que disfrutan con las renuncias ajenas. Es de los nuestros
aúllan en mi desprestigio. Estar permanentemente en guardia me desgasta, el
indolente que me habita me intenta convencer que mi resistencia es vana, que
haga lo que haga lo voltearán hasta aislarme. Veo trampas continuas a mi
alrededor para descabalgarme de mis principios y combato a cuchillo con los que
me tildan de mal pensado o loco preso de conspiraciones invisibles.
La
envidia busca no solo la apropiación, sino prioritariamente la expropiación del
bien ajeno.
Hay envidiosos muy selectos, sibilinos, taimados,
se esconden bajo disfraces excelentemente confeccionados. Dudan de los valores
profundos, se atribuyen la capacidad de certificar la autenticidad del talento,
cuestionan y registran los éxitos ajenos para convertir todo lo fructífero en
un lodazal en el que solo ellos pueden respirar.
Una
sociedad incapacitada para el reconocimiento se entrega a la adulación más que
a la emulación.
La emulación exige músculo, esfuerzo, análisis. La
adulación adjetivos grandilocuentes, pasividad, admiración vacua.
Lo
que más parece molestar, entonces, no es que otro haga lo que hace, sino que
sea como es y, en concreto, que sea quien es.
Aunque les cueste de convivir con semejante losa,
cuando sean víctimas de los posesos de la envidia pueden sentirse orgullosos,
tienen algo de valor que codician, amplíenlo cuanto puedan. Y lean al Maestro
Gabilondo, la vida les será más llevadera.
Se hace lo que se puede por ampliar, a pesar de las zancadillas. Pero pesa,¡¡ Vamos si pesa!!!.
ResponEliminaNo me gusta ser parte de la manada, aunque me sienta aislada.
Un besote.