Encontrar una veta de deseo en un adolescente actual es una
prospección fácil. Al más pinta de la clase le ofrezco la posibilidad de imaginar
un pibón descomunal (volúmenes generosos y curvas vertiginosas) paseando por el pasillo. ¿La
deseas? No transcribo los exabruptos del pipiolo para no alarmar sus castos
oídos. Al fondo de la clase empiezan a removerse incómodos, cuando el profe
viene creativo seguro que pillamos piensan con su intuición más afilada.
¿Y echarte un partidillo con Messi? Le suelto la interrogación a quemarropa al más culé de todo el universo. Por un par de segundos su rostro echa fuego.
Siguiendo la táctica del practicante de mi infancia (me pegaba dos golpes
previos en el cachete para despistar mi miedo antes de clavar la aguja en la
nalga desprevenida) les hablo de neurología. Un estímulo del tamaño de la
pibona sugerida activa las neuronas (no me hagan chistes fáciles sobre la
ubicación de las neuronas en los machos) y se convierte en energía (por favor,
sigan comportándose sin hacer bromitas). La recreación de la Venus neumática en la mente
del adolescente ávido de carnalidad activará la misma zona que el estímulo real
y generará la misma cantidad de energía. Pues muy bien piensan mis alumnos para
sus adentros. Esa gasolina que inyecta el deseo (no solo carnal, piensen en Messi) es la que
provoca la acción y la convicción para proyectarse en territorios inhóspitos. Evito
la disquisición a mis sufridos alumnos para no acabar como el rosario de la aurora. Lo que sí
les exijo (literalmente) es sacar una hoja y poner el título del poemario
de Luis Cernuda. No me arredro con
los primeros aspavientos, una vez superados puede que salga algo de chicha. Les
pido que confeccionen una lista con diez deseos. Sesenta ojos de carnero
degollado clavados en mi estampa, los siento. Resoplan
los bueyes. Alguno empieza a escribir. Veo que se llevan mal con los deseos. La
vergüenza es uno de los terroristas más peligrosos. Les aseguro que el secreto
los cubrirá. ¿Y sin son imposibles? ¿Es un deseo? Sí. P’alante. Poco a poco
van entrando en calor y parecen regocijarse en la varita mágica que he colocado
en su imaginación.
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Jee Young Lee |
El
deseo es una pregunta cuya respuesta no existe.
Acostumbrados a encontrar todas las preguntas del
examen en el libro de texto estos ejercicios maquiavélicos tienen un regusto
decepcionante para mis alumnos, esperan veredictos que no existen. Suelen ser una excentricidad que les desorienta por unos
minutos. Luego siguen en el raíl, yo espero el milagro de la chispa que se
enciende en medio del hielo. Todo nace en que me resisto a aceptar que la pibona
imaginaria, esa carnalidad mercantil que esclaviza a estos púberes a la
intemperie emocional, sea su única fuente de deseo.Y algo peor, que no sepan hacer estallar sus anhelos y la única gasolina de la que dispongan sea en diferido (como el finiquito del innombrable).
Luego me tocará hablarles de la realidad y de la
insatisfacción constante que como un abrigo del que no pueden desabrocharse
los botones desemboca en el olvido cernudiano, los fantasmas y las sombras de
la soledad. Mi instinto de superviviencia me dicta no abusar de la paciencia del público asistente.
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