Ella
es mujer. Profesora y madre. Ella ha sufrido maltrato psicológico. Después de
muchos años de chantaje consiguió decir BASTA. Ha pagado peaje, el chacal
que la retenía en el fondo del pozo ha conseguido alienar a sus hijos para que la rechacen, es
su venganza, ahora se esconde tras el disfraz de padre abnegado y deja que los
cobardes la señalen como una apestada.
Cuántas
veces hablamos sin conocer el trasfondo. Cuántas veces simplificamos las
soluciones sin abordar la complejidad de los procesos psicológicos. Cuántas
veces aconsejamos a tontas y a locas creyendo que la única perspectiva posible
es la nuestra. Cuántas veces herimos con palabras poco medidas. Cuántas veces
delante de nuestras narices observamos detalles que indican dominio y bajamos
la cabeza. Cuántas veces juzgamos sin tener todos los elementos para ofrecer un
juicio justo.
En
nuestra sociedad desarrollada y moderna se ejerce maltrato psicológico, de
forma sutil, larvada. Lo achacamos a un carácter difícil o a una falta de
madurez sin importarnos el dolor que produce. La sociedad calla cuando lo
siente cerca, la sociedad es hipócrita y no quiere complicarse la vida. La
sociedad solo despierta cuando se produce una tragedia. La sociedad somos tú y yo.
Nada hacía pensar que
aquello acabaría así, todo parecía de lo más normal. Los dramas se producen
intramuros. A la sociedad solo le preocupa que la cifra de víctimas no supere
la del año anterior. Se recomienda llamar a un teléfono, no nos podemos
explicar cómo las afectadas por la sombra del miedo no llaman, con lo fácil que sería parar el sufrimiento, nosotros
lo haríamos, por supuesto, a nosotros
nadie nos ha comido la moral, a nosotros, los sabios, nadie nos amenaza. No
hemos estado en el fondo del pozo y no tenemos ni idea de lo que maniatan las
mordazas invisibles. Si fuera tan fácil salir del pozo, no quedaría
nadie allí abajo y sabemos, porque lo sabemos, que hay muchas mujeres esperando
una mano a la que aferrarse.
Ella
ha escuchado que una alumna de su clase fue increpada por su novio por culpa de
enseñar más carne de la que el censor estaba dispuesto a autorizar. El ascensor
que baja al fondo del pozo sigue funcionando. Se lo han contado sus amigas, le
chilló de malas maneras. Ella recuerda episodios semejantes y se le altera el
corazón. No es fácil aproximarse a una víctima, lo más seguro es que calle o
que justifique, que le quite hierro al asunto. La palabra víctima ya reduce,
desciende, etiqueta. Ella sabe que el fondo del pozo es gélido. Aprovecha una
tutoría para pasar un video. Son cinco minutos de una intensidad escalofriante,
el silencio conmueve, sobrecoge. Ella sabe lo que sintió cuando vio aquella
máscara. Seguramente no pueda estirar de la mano a aquella chiquilla ni
avisarle de que empieza un calvario pero si tan siquiera pudiese inocularle el
pensamiento de que aquellos gritos no son normales habrá valido la pena el
intento.
Enfréntense
al video y luego presten atención a su alrededor, seguro que pueden percibir el
hiriente olor a humedad, no les costará demasiado identificar las voces que
piden ayuda desde el fondo del pozo.
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