Me cuentan que hay equipos directivos matando moscas a cañonazos. Las moscas son los móviles (y su utilización a todas horas por nuestros adolescentes wasaperos) y los cañones son los inhibidores de frecuencia en los que confían para erradicar toda tentación. Hay una tendencia innata del poder a la prohibición y una confianza en la instalación masiva de señales disuasorias. Creen que por sembrar de cartelitos el espacio común el infractor entrará en razón. Yo desconfío de los prohibidores y de sus carteles. Mis expereriencias y las estadísticas me dan la razón.
¿Por qué les preocupa tanto el móvil? Porque es una elemento extraño, los alumnos lo manejan con una destreza insidiosa y lo esconden con habilidad. escurridiza ¿Por qué no les preocupan de igual manera otras formas de perder el tiempo? Ese es el enemigo conocido, doméstico, aceptan con resignación que los alumnos se descuelguen en su carrera escolar y se dediquen a hacer rayotes en la mano o a contemplar místicamente las musarañas pero no a mandarse mensajitos, eso da sensación de contubernio.
No les resulta cuanto menos curioso que en tiempos de recortes donde nos escatiman hasta las fotocopias alguien se proponga instalar un inhibidor de frecuencias en el centro. ¿Y si alguien recibe una llamada o mensaje urgente que no puede atender por hallarse en zona sin señal? ¿No será peor el remedio que la enfermedad?
Cuando prohibes te ves obligado a controlar, vigilar, hacer guardia (yo acabé tan harto en el servicio militar). Estas ratas (con cariño para nuestros adolescentes nativos digitales) cibernéticas son tan habilidosas que en cuatro días se saltarán a los inhibidores por el forro de sus caprichos. Y tendremos que comprar otros más potentes y poner más cartelitos y amenazar con cadena perpetua y cortar un dedo al primero que encontremos toqueteando lo que no debe. ¿Y si les enseñásemos algo de respeto? Yo sé identificar lo que es un descuido de una mala fe. Si a un alumno le suena el móvil hay profes integristas que automáticamente se lo requisan y le piden al papá o la mamá que lo vengan a recoger. Y a ellos les suena en el claustro y se ponen coloraos como tomates y buscan excusas para obtener la comprensión de sus iguales. El sentido común es un duro competidor de las prohibiciones y es cuestión de implantarlo poco a poco, sin perder los papeles y buscando siempre la explicación plausible a los métodos coarcitivos.
Aplaudo desde aquí la postura del gran actor Josep María Pou. Defendió con ironía y estoicismo el respeto mínimo exigible a quien se sube a un escenario. Algo no tan lejano a lo que sucede en nuestras aulas. Lean con atención la noticia de lo sucedido en Valladolid y verán que los escraches improvisados también surten efecto para abochornar a gamberros (corruptos y sordos de clamor social).
Tienes razón Jordi, sería mejor educar en el respeto antes que imponer sanciones, porque como bien señalas, las normas se pueden volver en nuestra contra, si prohíben usar el móvil también impiden atender una llamada urgente. Creo que no hay que ser tan inflexible ni tan permisivo, es decir, lo mejor es que en general no se permita el uso de móviles, pero que en casos excepcionales pueda uno atender una llamada importante. Yo entiendo que parte de los alumnos se aburran en clase porque no hayan aprendido a apreciar lo que tienen, pero no es culpa de los demás, que se aguanten y no perjudiquen a nadie. Saludos, Jordi.
ResponElimina¿Sabes que el parlamento británico tiene la mitad de normativa que el español? ¿Sabes que hay más orden y más respeto? El sentido común es el menos común de los sentidos.
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