Estas
fechas se me repiten. Parece que cuando llega la Navidad (en un estado laico,
no se olviden, con tradición judeocristiana, no se olviden tampoco) se azucare
la realidad y nos invada un insufrible deseo de ayudar a los demás. Diez meses
del año son propicios para la competencia feroz y el sálvese quien pueda, pero
a la que llegamos a las inmediaciones del nacimiento del Niño Dios, se nos
ablandan los corazones y nos envolvemos en la capa más generosa. Amén (y que te
den).
El
pasado fin de semana se hizo una recogida masiva entre la población para llenar
los depauperados bancos de alimentos. Conozco a varios personajes que día tras
día amargan la vida de sus prójimos más próximos pero que no faltaron a la cita
gregaria con la bondad colectiva. Cómo oponerse a la solidaridad en abstracto,
imposible. Cómo se prostituyen las buenas intenciones enmascarando realidades
turbias, también.
En
pocos días se liará una gorda con la TeleMaratón de TV3 dedicada a las
enfermedades degenerativas. La recaudación de fondos será espectacular, los
confetis cayendo del cielo mientras una cifra astronómica parpadea en un plafón
electrónico para satisfacción de los organizadores y redención de los pecados
de todo el que suelte la mosca. Yo, respondiendo a la acidez que me
caracteriza, pienso en el también astronómico sueldo del director de TV3 (gana
más que el presidente Mas y que el presidente de la Corporación Audiovisual a
la que está adscrita la cadena autonómica). También me da por pensar (qué
rebuscamiento) en las astronómicas dietas de los consellers de la Generalitat
que con la remuneración de un par de sesiones en la butaca de un consejo de
administración de una empresa pública se podrían llenar cientos de carros de
comida o pagarle el sueldo a algún becario. Y siguiendo por la cuestión
científica (por la astronomía lo digo), me revuelve el estómago la astronómica
guindada de Millet con el Palau de fondo y la de laboratorios que podrían
investigar el Alzheimer con la pasta que sustrajo el amparado poseedor de la
excelsa medalla de Sant Jordi (no era un cualquiera). Puestos a mirar
las estrellas con precisión también presupuesto imaginariamente lo que rentarían las
astronómicas comisiones que cobra la Caixa (¿obra social?) por cada operación. Cierro la lente del telescopio y me acuerdo de los astronómicos recortes que se han hecho en
investigación científica y educación, en las astronómicas carencias que sufre
la gente que padece enfermedades degenerativas y sus abnegadas familias (qué vergonzosa aplicación de la Ley de Dependencia). Y
pienso que es astronómico el cuajo con el que nos dejamos deslumbrar por una
buena voluntad sospechosa.
Yo
pago mis impuestos (qué es ese abucheo generalizado) y quiero (y exijo, me cago
en todo), que se destinen a lo que se tienen que destinar para que la
solidaridad empiece donde no llegan mis impuestos. No quiero que lleguen a los bolsillos B de tripones con carné político, ni a agencias de espionaje, ni a delincuentes de camisa de seda que se aprovechan de la despreocupación general y de la indecencia del sistema.
No me gusta la limosna, ni
los gestos cara a la galería, ni la redención de los pecados.
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