Mis
reflexiones nacen en lugares y situaciones recónditas. Les imagino forofos del
morbo, el pariente oscuro (o tal vez más luminoso) de la curiosidad y por eso
me animo a compartir mis fuentes de creación, sería imposible sin la invisible
complicidad. ¿Qué misterio entraña el culo de Correa? No se precipiten, sigan
hirviendo a fuego lento su vocación de voyeur o de espía sin riesgo.
Apretar
el gatillo hoy en día es un acto banal. Llevamos el arma encima, en el interior
de un artefacto que en teoría debiera servir tan solo para comunicarnos a
distancia. La fotografía se ha devaluado, el aumento del líquido circulante en
el mercado es la causa fundamental. No siempre fue así. Hubo un tiempo (¿ya
estás sacando a pasear la nostalgia?) que disparábamos la munición con el cuidado
que impone todo lo finito. In illo tempore, una cámara fotográfica costaba un
pastón, había que saber enfocar, calibrar la luz y la velocidad de los objetos
y las personas a aprehender. El carrete, ¡ay dichoso carrete!, supongo que
conservan los antiguos del lugar en el arca de las sensaciones aquella desazón al comprobar que todas
las expectativas de conservación de recuerdos quedaban frustradas porque el
maldito rodillo de película se había desanclado de la pestaña correspondiente.
Otra frustración paralela era asistir a la ceremonia del rebelado y comprobar
que la impericia había condenado a los lienzos de la memoria a una oscuridad
insostenible o a un desenfoque inoportuno.
Las
fotografías son crueles, forjamos un modelo de nosotros mismos en cada momento
de nuestra vida y el maldito papel fotográfico hace que caiga el castillo de
naipes por culpa de una boca torcida o un ojo dormido. No quiero ni hablar de
las bolsas de debajo de los párpados, las patas de gallo, o unos volúmenes
inconvenientes e incontestables que aparecen donde no debieran aparecer.
Las
fotografías, receptáculo de imágenes, ensanchan el espíritu, por lo menos para
mí que habito en ellas. Las circunstancias en las que se insertan cuchichean
los rasgos de una época, de un estilo, de un carácter. Soy fan de los retratos
y de los buenos retratistas, esos cazadores agazapados que engañan a la máscara
que nos protege del mundo, me recuerdan al practicante de mi infancia que me
daba tres golpecitos en la nalga para despistarme el dolor que venía con una
aguja de cuatro dedos. Los buenos retratistas cogen desprevenida la esencia y
sacan la perla que luego vuelve a engullir una roca impenetrable.
Las
fotografías también pueden recrear la más rotunda vulgaridad. Inmortalidad de
la roña. Menosprecio por el pudor ético o el equilibrio armónico. Los
autorretratos con intención facebookera perpetrados con la complicidad de un
triste espejo de lavabo que devuelve el atrevimiento patético, son una muestra
inequívoca de atentado contra la estética.
La
foto que provocó esta inconexa reflexión ejerce una función testimonial, otro
vértice del escenario de las imágenes. El culo de Correa, el de la trama
Gürtel, estandarte de una época de esplendor e impunidad, del lujo y de la exhibición asquerosa del lujo, de atropellos que nadie
relataba y todos contemplaban. La foto, la huida precipitada, hablará mucho más de un país que los
libros de historia. No lo tomen como una anécdota sin más, ese culo guarnecido
por unos calzoncillos de rayas rojiblancas surcando una cortinillas que asesinan
el buen gusto más elemental son obra de una mente tan perversa como la mía, se
lo garantizo.
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