Beethoven. Este era un señor
sordo que compuso la letra de Miguel Rios o sea el Hino de la alegria.Pero
cuando la izo no era de rocks. Daba muchos conciertos en la epoca de Franco y
hizo tambien “Para Luisa” que no tiene paranjon en la historia de la musica.
La
vulgarización del disparate, su uso indiscriminado por parte de los poderosos
para asegurar un dominio mediocre y por narices, la proliferación masiva entre
las clases perjudicadas para habitar en la indolencia y en la sopa boba, la
falta de escarnio colectivo y otras circunstancia que retratan una
sociedad desganada intelectualmente han provocado la caída del valor del disparate. Antes era patrimonio de unos elegidos, una epidemia controlada, un mal menor. La abundancia actual nos impide delimitar la magnitud de la tragedia y el contagio es ilimitado. La realidad ha mutado hasta convertirse en un solemne disparate.
El
texto (por decir algo) que encabeza este post ha sido extraído de la magnífica antología que
reunió el profesor de secundaria Luis Díez Jiménez allá por los años 70. El éxito
del recopilatorio se fundamentaba en la comprobación mediante risa
desternillante del ingenio que derrochaban los ignorantes para responder a unas
preguntas de examen de las diferentes materias curriculares. El creador del
disparate solía hacer un refrito de conceptos que provocaba la hilaridad del
ilustrado (del que sabía la verdadera respuesta). Reírse de la ignorancia ajena
tiene un regusto amargo, al principio sube como la espuma, la
incredulidad de que alguien pueda reflejar por escrito su ineptitud es una
espuma expansiva, luego, cuando se serena la carcajada, uno empieza a adentrarse en los vericuetos
que han provocado semejante dislate y una amargura agria aparece de
medio lado en una esquina oscura. El disparate nos habla de falta de voluntad,
de ausencia de rigor (por favor, vuelve, te necesitamos), de atropellos
conceptuales y de patadas en el bazo a una evidencia impepinable para el espectador pero invisible para el profanador del saber universal. Cuando da lo mismo ocho que ochenta estamos perdidos. El disparate no suele tener perdón. Ni siquiera soporta el barniz
de un estado de nervios provocado por una situación extrema, se puede aceptar
que un alumno se quede en blanco por la tensión (aunque se explote más de lo
conveniente por los vagos profesionales). Si no responde, si no arriesga su
honra intelectual, su dignidad queda guarecida por el mutismo necesario, pero en el
momento en que fruto de una chulería inexplicable se brinda a desafiar la
tempestad de su descoordinación intelectual y con una brújula de bazar chino
orienta sus palabras a una respuesta inventada, sus principios morales quedan en
entredicho. Es un pequeño asesinato que encima nos produce risa.
Vuelve
a reiterarse el ínclito Hernando en que las subvenciones de la Ley de Memoria
Histórica fomentaron el interés por saber donde estaban enterrados los
familiares de la guerra civil. Montoro explica con su voz estridente e insidiosa que
los presupuestos de este año son los más sociales de la democracia. Y lo de
Cospedal… me faltan páginas para narrarlo. Y no solo recogeré muestras
del disparate político, el de altos vuelos, en una clase de Tercero de ESO ayer se produjo
un descubrimiento asombroso, un nutrido grupo de alumnos repararon en la
existencia de las provincias españolas, no las conocían, pero no sé de qué me
extraño si hubo un miembro de tan selecto grupo (y no son especímenes de clases
marginales, sino de esa clase media tan adorada como iletrada) que a principio
de curso me colocó un mapa de Europa al revés y dejó inmisericorde que España
se desangrara sin ponerle el nombre.
Por
consiguiente, aunque devaluado y global, no sufran porque el futuro del
disparate está asegurado.
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