Qué
figura tan necesaria. El otro es el enemigo, el causante de mis desgracias, el
centro de mis iras, el tubo de escape de mis miserias. El chivo expiatorio que
recoge en la distancia mi queja y asume (sin él saberlo) la responsabilidad de
mis problemas. La tercera persona (del singular o del plural, depende de las
circunstancias) es un psiquiatra amable que hace terapia con mis limitaciones.
Y el otro tiene la mala costumbre de no cambiar, conspira siempre contra mí, no
entiende mis problemas, no se pone en mi piel. Contra el otro solo cabe la
guerra o el lamento. No puede haber entente, entonces el otro y yo podemos ser
lo mismo y mi coartada se va al carajo. El acuerdo entre el otro y yo me
obligará a cambios estructurales que pospongo mientras queden flecos
inasumibles que solucionar.
El
otro son los bancos, usureros y abusones. Yo no tengo culpa de pedirles lo que
no tengo, en gastar lo que no es mío, en aceptar el ciento volando. Yo acepto
sus quimeras, sus regalos, me trago sus anuncios insufribles llenos de valores
vacuos y cuando no puedo pagar, cuando la realidad se impone con una frialdad
espantosa, los denostó y los señalo como culpables de mi triste realidad. El otro son los políticos, corruptos y
panzones. Yo no tengo culpa de no informarme de lo que pasa, de jactarme con
una cerveza en la mano de que no me interesa la política, yo soy inocente de
votar por impulso y por fanatismo. Que puedo hacer yo, una pobre individualidad
contra el rodillo de unos partidos que son máquinas de engullir fondos B. A mí
nadie me puede señalar por ser tan solo un ciudadano descuidado y pasota, igual
que el resto, tengo familia y ocupaciones, obligaciones, también me merezco un
descanso, no puedo estar en todo. Han abusado de mi confianza, el otro, los
otros.
El
otro es el sistema, nadie sabe el apellido del sistema pero ya lo sentenciamos
como culpable sin juicio. El otro son los americanos que se meten en todo. El
otro es la Merkel, qué sinvergüenza cómo se atreve a dominarnos, a nosotros,
los buenos. El otro son los padres que
nos han dado una herencia pésima, que no han sido capaces de mantener el
sacrosanto estado del bienestar. El otro son los hijos que son unos haraganes,
que no escuchan, que no quitan la vista de la pantalla del móvil. Yo a su edad…
El otro son los mercados que todo lo devoran. El otro son los sindicalistas que
se enriquecen mientras proclaman la inminente llegada de la dictadura del
proletariado. El otro es Belén Esteban, una inculta que se forra, yo nunca
haría eso, yo soy impermeable a las tormentas del dinero fácil. Yo tengo unos
valores, sí, ya sé, se destiñen en mi mundo, cuando el jefe me pide que delate
a un compañero, pero eso es otra cosa, o la misma, la culpa la tiene el jefe, todos los jefes mientras yo no sea jefe.
El
otro son los pobres, no pegan un palo al agua y ponen el cazo para trincar
limosna. El otro es la iglesia y los curas pederastas, la factoría de la doble moral, es increíble como la
peña se deja engañar con la promesa del más allá mientras le roban el más acá.
Yo no, Virgencita que me quede como estoy, por Dios y por los apóstoles, que
tenga suerte y no me pase nada. El otro son los ricos, no se apiadan del que no
tiene, van con esos cochazos que yo envidio. Si yo tuviese su dinero lo
repartiría, ¿el mío? Pues mío.
El
otro es interminable, se reproduce a la velocidad de las cabezas de la Hidra,
cada vez que perdía una le nacían dos.
Muy bueno Jordi. Yo también me indigno cuando escucho a gente culpar a otros de que no hay trabajo mientras pasan todas las mañanas vagueando esperando a que les pongan el plato delante. De todas formas, somos tan burros que hay quienes tiran las culpas de todo a los demás y hay quienes se torturan creyendo que toda la culpa es suya. Y ni una cosa ni la otra, verdad?
ResponEliminaMás que culpa prefiero hablar de responsabilidades. Cada uno debe aceptar las suyas.
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