No
me iré por los cerros de Úbeda (pisé este verano el manto de olivos y me
pareció precioso), que los profes tenemos la manía de enrrollarnos como una persiana y no sacar agua clara. El Informe Pisa es una pantomima. Me parece tan estéril como
la discusión en torno al Balón de Oro. Los rankings me dejan frío, cada uno
maneja los resultados a su antojo. Quién se cree que en un mundo en el que se
puede pinchar el teléfono de la Merkel no se puede subir en el ascensor
educativo por un puñadito de bases nucleares o por dar cobijo a una garganta profunda
molesta. Quién cree posible equiparar los exámenes de un niño coreano,
de un niño gitano o de un niño finés. Quién se atreve a juzgar los
resultados con un empirismo aséptico sin tener en cuenta que
se esconde detrás de la factoría de la educación (no hagan que me reitere
explicando el origen prusiano de la actual institución educativa). Habiendo
descargado mi bilis contra los muchachos de la OCDE, ahora entraré en otras
consideraciones que me atraían del dichoso informe.
Cada
vez que se publicaba (reparen que hablo en pasado) había un zafarrancho social,
unas tertulias llenas de pasión para averiguar la magnitud de la tragedia, los
portavoces políticos tirándose los trastos como si les fuese la vida en ello.
Para un servidor que se dedica a este negocio era cómico comprobar cómo se
llenaban las bocas de los tertulianos de tópicos insufribles, cómo cargaban de tinta de buenos deseos los articulistas que lo mismo hablan de educación que de la crisis en Oriente Medio. Poca gente sabe profundamente (yo sí, que las sufro y las padezco y las reflexiono) lo que
sucede en esas aulas que son auditadas por la OCDE. En aquellos tiempos turbulentos (ahora nos estamos acostumbrando a los palos) no faltaban las encendidas quejas de
los sindicatos para denunciar las duras condiciones del profesorado o las asociaciones
de padres que pedían más becas y más inversión en
el futuro de sus retoños. Peleítas de profes quitándose el muerto de encima y
endosándoselo a la desidia de los padres contra padres disparando a la
diana de la preparación de los profes y su indolencia funcionarial. Cuando llegaba el agotamiento aparecían los
nostálgicos que explicaban sus experiencias en la escuela franquista y llamaban a la restitución de los
valores de antaño, o sea, salto para atrás. Los tecnólogos
creyéndose en posesión del santo grial encomendaban las soluciones a confiar
ciegamente en los bit y sus beneficios, o sea, salto adelante.
Un espectáculo
poco edificante pero divertido. Al menos estábamos en el mapa. Pero ayer
conocimos los resultados del último examen PISA y qué quieren que les diga,
desolador, mucho menos jaleo, solo escuché a la Gamendio (la de los 15 millones
de patrimonio) barriendo para casa, o sea, diciendo que más inversión no
asegura mejores rendimientos, yo estoy profundamente de acuerdo con ella, mejor
que supriman su dirección general cuanto antes, para lo que hace. Pero creo
necesario que vuelva el jaleo antes de que la educación se baje al sótano del Museo de Temas Irresolubles. Me temo que cuando los focos se apaguen se abandonará la formación de
los ciudadanos en manos de los eficientes fondos de inversión que trabajan para
los diferentes reyes Midas que corren por el planeta. Hay que actuar con
rapidez antes de que eso suceda, a grandes males, grandes remedios. Propongo a
nuestro presidente que contrate cuanto antes a Belén Esteban como nueva
directora general de Educación, incluso voy más allá, que fuerce la máquina y
suplique a Ana Botella que forme tándem con la reina del pueblo. Ambas, con su salero innato, son capaces de concetrar toda la atención mediática del país, mientras el populacho se ríe con sus ocurrencias, los que tenemos alguna idea para arreglar el desaguisado podríamos explicar las propuestas. Nada, como un anuncio de treinta segundos, entre metedura de pata y vulgaridad manifiesta.
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