Recuerdo
haber comido migas al estilo pueblo. Una sartén y tantas cucharas como
comensales. Barra libre. El que mete la cuchara come y el que se duerme se
queda sin comer. Si había algún miembro agonioso (metesaca salvaje) el padre o
la madre, incluso los abuelos, le pegaban
cariñosamente un golpe en la cuchara y aminoraba el ritmo de ingesta. En
tiempos de estrecheces el privilegiado era el pater familias que trabajaba en
el campo (cuando seas padre comerás huevos). España se terciarizó y del estilo
campestre pasamos a los platos y las raciones, la democracia poco a poco se fue
instaurando en la mesa. Pero ya sabemos que la democracia se ha revelado como
un sistema defectuoso.
En
un anuncio de un minuto se puede condensar gran parte de la filosofía social. Los
publicistas analizan al milímetro los comportamientos de la manada para inocularle
pequeños automatismos que conduzcan al consumo del producto publicitado. Sutil
ejercicio. No se me escapó el mensaje del último spot de Pizzas Casa
Tarradellas.
Una madre que prepara las pizzas amorosamente, un padre moderno
que pone la mesa con sus hijos solícitos. Una madre que corta la pizza en
porciones y unos hijos que la degluten como si hiciese veinte años que no
comen. Y la cara de satisfacción de la madre, qué salvajillos pero qué majos.
La madre que se levanta a reponer la jarra del agua. ¿Casualidad? ¿No podía ir
otro miembro del clan después de que ella había estado cocinando? Puede ser,
pero los tripones, el padre también, siguen a la suya. Total que cuando la
madre quiere reparar encima del plato sólo queda una porción de la pizza que ha
preparado. Su marido y a sus retoños la
miran con cara de carnero degollado, de inocencia, de ternura, de famélica
necesidad. Ella se siente presionada, de buena gana hubiese cogido la porción y
mandado a los exterminadores de alimentos al carajo, aprovecharse de su
ausencia para arrasar la pizza. Pero duda, suplica que no le hagan eso, que no
la obliguen a exigir sus derechos, que no la fuercen a ser una madre no
abnegada y egoísta, que la dejen comerse el trozo de pizza que le corresponde
sin que le parezca que está dejando a su prole sin manutención. Al final la
corta en cuatro trozos y la reparte entre sus retoños que no le dan ni las
gracias. El marido se quiere agenciar una de las fracciones y ella le reprende,
esa migaja le corresponde. Y la satisfacción vuelve a su rostro, los pequeños
sacrificios de ser madre. Y los farsantes pipiolos han aprendido que poniendo
cara de pobrecito se consiguen muchas cosas. ¿Y si en lugar de un trozo de
pizza fuesen sus aspiraciones en la vida?
Un
minuto de anuncio y una porción de pizza dan mucho juego, véanlo y filosofen.
Esta marca suele hacer anuncios de familias tradicionales. Sacan a la madre como la responsable de la casa y de la educación de los hijos y al padre lo tratan como a un hijo más. Intuyo que tienen pocas ganas de fomentar la diversidad de familias y los intercambios de roles. Tampoco creo que sea su deber el educar a la sociedad, pero es que al final no es deber de nadie, por lo tanto, es de todos. A mi entender, estos gestos cotidianos, como un anuncio de televisión, hacen que sigamos como estamos. Estancados en estereotipos de hace 50 años y con personas en riesgo de exclusión social porque su coyuntura no se adapta al sistema. Me indigno.
ResponEliminaAmén.
ResponEliminaJejeje gracias
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