Una
de las tecnologías más potentes para dominar la voluntad del otro es la
extorsión. El mundo, mi mundo, está ocupado por los chantajistas. Si no aceptamos
sus condiciones amenazan con despedazar el planeta, el universo y la galaxia.
Otro día hablaré de los chantajes extramuros, hoy me ceñiré a los que se
producen en la intimidad. Los chantajes domésticos que trafican con emociones son
altamente tóxicos, camuflados entre mentiras sociales son invisibles por uno
mismo hasta que no se sale del círculo viciado. El chantaje ahuyenta a la
libertad y sin libertad no existe felicidad (o como se llame ese estado de
bienestar con uno mismo).
La
autoridad para escribir este post no procede de las sesudas lecturas de
expertos en la materia sino de mi experiencia de excelente chantajeado. Mi
primer chantaje lo recibí por vía materna. Cuando yo tenía nueve años mi madre
fue operada de corazón, yo pensé que podía morir y ese pensamiento se
transformó en una docilidad patológica. Me convertí en un niño bueno (con malos
pensamientos). Cuando contrariaba a mi madre con mis caprichos infantiles y adolescentes
escuchaba como su marcapasos se aceleraba y la cicatriz que dividía el pecho en
dos enrojecía.
- -Jorgillo, no me irrites…
Mano
de santo, un servidor (guerrillero en sus deseos) doblegaba su orgullosa testuz
y obedecía como un bendito. Sonará mal a sus castos oídos pero hasta que ella
no murió (yo tenía 21 años) no me pude desvincular de mi primer gran chantaje.
Pero supongo que los chantajistas reconocen a sus presas y no había salido del
primero que entré en el siguiente. Me casé con una mujer que me vendía amor a
precio de antojo. Durante veinte años fui un pelele sin yo tener noticia de
ello. La distancia del foco de calor me ha dado todas las claves de
interpretación de los métodos de chantaje en la intimidad de la pareja.
- -Es que no sé si te quiero…
Doblegar
la duda me hizo bailar al son de su interés. Cuando conocí a una mujer que me
amó desde la libertad pude escapar de la tiranía del segundo chantaje. Mis tres
hijas (espectadoras privilegiadas del método) han aprendido (siempre se aprende, hasta lo malo) a extorsionarme
intentando devolverme al pelele que fui.
- -Si no haces esto es que no nos
quieres.
Por
no defraudar a su madre, a su esposa y a sus hijas, el niño bueno se defraudó a
él. Y eso lo estoy pagando mucho más que todo lo que perdí en el camino. Mi confianza en el verdadero aprendizaje que brota de la existencia me obliga a atrincherarme y no ceder. Como canta el mítico maestro Miguel Ríos, no me
queda otra que defender mi ideología, buena o mala, pero mía.
Hola Jordi,
ResponElimina¿Puede ser que parte de la acidez que se "respira" en tus artículos derive del chantaje recibido?
Nuestra generación ha tenido la mala suerte de recibir primero el chantaje de nuestros progenitores y después de nuestros descendientes.
Un abrazo.
Estimado Francisco, me pillaste. No creo que la acidez se deba en su totalidad a los chantajes pero es uno de los ingredientes fundamentales. Los chantajes te enfrentan al tiempo (uno de los activos fundamentales del ser humano) perdido. Ya sabes de mi debilidad por la claridad con la que se entienden las metáforas que hacen referencia al ámbito económico. Ruinosa inversión dejarse manejar como un títere. La acidez busca una victoria pírrica que no creo que se produzca pero te advierto que seguiré luchando denodadamente. Un abrazo.
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