El
vocablo tiene mala fama. Tal vez porque nos enfrenta a nuestro lado más oscuro,
es más apacible la paz, el diálogo, las manos que se estrechan asegurando la
tranquilidad. La paz es un estado irreal, la historia nos dispara millones de
situaciones en las que mientras se firmaba la paz en una sala repleta de
fotógrafos que inmortalizaban el momento y mientras los taquígrafos recogían
las rimbombantes declaraciones repletas de buenos deseos de líderes mesiánicos,
a miles de kilómetros, se les sacaba brillo a las panzas de los misiles para
volver en el momento oportuno a las andadas.
«Igitur qui desiderat pacem,
praeparet bellum»
Si realmente deseas la paz, prepárate
para la guerra. La frase que se le ha atribuido habitualmente a Julio César fue
escrita por Vegecio (un escritorcillo con ganas de ganarse el favor del
emperador) en el prefacio del libro III de su Epitoma Rei Militaris (manual de guerra) en torno al año 390. La
famosa sentencia, aparentemente contradictoria, empieza con una condición que
se aleja de la obviedad con la siempre se envuelve la paz.
La
paz es un precario equilibrio entre dos fuerzas que esperan el momento en que
la guerra les devuelva el poder. En España hubo una guerra civil y la ganaron
unos y la perdieron otros, ya han desaparecido la mayoría de los protagonistas,
unos colmados de coronas de flores y otros olvidados en las cunetas. Después de
la guerra hubo una paz gestionada por los vencedores. Cuando estiró la pata el
gran vencedor, los ejércitos acordaron una tregua necesaria. La transición fue
un pacto precario que cambiaba memoria por bienestar. Mientras fuimos creciendo
el pacto funcionó, cuando han vuelto las estrecheces han emergido los bandos. La
historia se obceca en repetir sus postulados con estupefacta meticulosidad.
No
son pocos los pensadores críticos que están volviendo sus ojos al punto exacto
en el que se desarticuló el ejército de los pobres (permitan mi simplismo). Esa
ejemplar transición de la dictadura a la democracia está llena de taras que en
su momento se vendieron como género de primera. Los de siempre aceptaron que
los líderes enemigos vendieran humo (el socialismo que nunca fue socialista), fomentaron
que se engordasen las neveras de los que siempre pasaron hambre (burbuja
inmobiliaria) y dejaron que algunos pocos pisaran el Olimpo reservado a las
burguesías endémicas por caminos tortuosos y poco claros. El decorado no estaba
mal, era creíble. Además se encargaron de que la educación fuera mal, tan rematadamente
mal para que el mito de la caverna de Platón se hiciese realidad. Los que se
dignaban anunciar con datos los desastres venideros recibieron las burlas de
los haraganes hartos de propiedades que no merecían y con las que no soñaban.
El
ejército de los pobres está desorganizado y débil. Se lamenta, se exclama de
los bombardeos insidiosos del enemigo cada vez más en manos de chusqueros, pero
no tiene ni fuerzas ni intenciones de combatir las agresiones. Anestesiados por
una paz falsa ahora no tienen valor para enfrentarse a la creencia de que la
guerra es inevitable.
Quizás haya llovido mucho pero tendríamos que leernos con detalle el
manual bélico de Vegecio. A la célebre frase que figura en muchos souvenirs de la Roma
Imperial, siguen dos perlas nada desdeñables:
“Quien aspire a la victoria no reparará en
esfuerzos en entrenar a sus soldados. Y quien espere el éxito luchará según las
reglas, no según la fortuna.”
Por
lo tanto, guerra.
Con esto del google+ uno ya no sabe donde dejar los comentarios. Dónde cree el autor que es mejor?
ResponEliminaAquí mismo.
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