Somos cuento de cuentos
contando cuentos, nada. (José Saramago)
Estuve
toda la noche programando la reunión del día siguiente. Si me decía tal yo le
diría cuál, si no me decía aquello yo no le diría lo otro. Entramados y suposiciones. Toda la noche
accionando la moviola hacia adelante y hacia atrás para controlar, no podía
permitirme dejar el encuentro al albur de la improvisación. Mi coraza, la que
me debía proteger de los peligros del mundo, no podía quedar desactivada por la
inaceptable espontaneidad. Ahora que rememoro la escena me doy cuenta de que
gran parte de mi vida he confiado en un absurdo. Hoy sé (he aprendido) que el
futuro no hay quién lo controle.
Tenía
catorce años. Me debía entrevistar con el director del colegio, un dicharachero
salesiano de nombre Josep Obiols (memoria selectiva). Mi hermano estaba
acabando la carrera y me había pedido que le entregase su curriculum. Me regía
en aquellos tiempos (miren cómo he acabado) por la obsesión de no destacar. Era
un alumno BIEN (calificación que poblaba todos mis cuadernillos de notas). Ni
Sobresaliente o Notable (derroche), ni Insuficiente (jarabe de palo). Deseaba
superficialmente que la dichosa entrevista trascurriese a toda velocidad para
volver a mi plácido anonimato. Bueno… no es del todo cierto, un gusanillo
picaba a la puerta, supongo estoy hablando de la intuición.
Con
campechana disposición el director me hizo entrar en su despacho. Treinta años
después podría describirlo con precisión, las emociones graban a fuego los rostros,
los espacios y las luces. Me hizo sentarme en un sofá alejado de su vetusta
mesa de trabajo. Recogió de mi mano temblorosa el curriculum de mi hermano para
depositarlo en una bandeja metálica que albergaba los méritos de otro candidatos. Me
sentí desconcertado, las teorías elaboradas en la soledad de la noche se
desvanecían a las primeras de cambio. Yo esperaba que iniciase un
interrogatorio sobre los méritos de mi hermano y nastic de plastic. Cruzó sus
piernas, acompañó con la mano derecha su díscolo flequillo hasta dejar su
frente ordenada y con una sonrisa afable me preguntó.
- -¿Qué tal, Jordi, qué me explicas?
El
foco se detuvo en mí y yo sentí cómo un calorcillo me subía por las tripas
mezcla de nervios y de profunda satisfacción.
Yo le reconocía a aquel hombre
una autoridad. Sustituyó a medio curso a otro salesiano que era un calco de
Hitler. Nos atemorizaba con su mirada displicente, nos infundía miedo con su
presencia. Josep Obiols bromeaba con los alumnos por los pasillos, un día lo vi
jugar a baloncesto con otros compañeros y aquella mañana siguió descolocándome
manifestando su interés por mí. No se le ocurrió preguntarme por los estudios o por mi grado de satisfacción con los servicios escolares. Él era
diferente. Quería saber de mí, de mis sueños y de mis preocupaciones, de lo que
hacía o de lo que no podía hacer. Y estaba dispuesto a escucharme. Yo le
expliqué. Él sonreía y periódicamente asentía con la cabeza informándome de que
interiorizaba mis palabras. Al marcharme, encajamos las manos. Todavía noto la
suya. Cuando nos veíamos por los pasillos me daba un golpecito cómplice en el
hombro, su mirada estimuló mis ganas de trabajar, de responder a su confianza.
Me hizo sentirme especial. Alguien que yo consideraba unos peldaños por encima
de mí en la gradación de la vida me enfocaba para proponerme subir la escalera.
Dos
clausulas más en la constitución de mi fundación:
No se puede enseñar nada que
uno no ha vivido. El conocimiento más sólido combina
teoría (pensamiento) y práctica (vivencias). Unos desalmados sin norte
dilapidaron hace unos años la confianza en la educación emocional, se
inventaron mentiras que ellos no practicaban, inauguraron la fuente de los
eufemismos que ahora constriñen esta educación moribunda.
Nadie puede enseñar nada si no
es una autoridad para el que tiene que aprender. Al
acabar mi propuesta a los FUNDADOS, el enamorado de la informática me estrechó
sentidamente la mano (tengo un detector de pelotas en la dermis).
- -Ha sido un placer tenerte como
profesor.
Me
guindarán la mitad de la paga extraordinaria los tijereteros pero el placer de sentirme autoridad me lo guardo en la caja fuerte de los recuerdos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada