Hay
vocablos que solemos utilizar muy a la ligera. A la que uno chilla reclamando
sus derechos o en una de esas tertulias que se miden profundidad de los
argumentos en decibelios alguien se pasa un poquito de la raya, ¡zasca!,
siempre sale el iluminado de turno que espeta a quemarropa:
-
- ¡Es es un comportamiento propio
de los nazis!
Los
historiadores estamos en este mundo para poner las cosas en su sitio. Que sepan
ustedes que los nazis eran gente como usted y como yo (insultos, abucheos, chiflidos,
lanzamiento de objetos contundentes, exclamaciones de incredulidad….). Si no se
lo creen lean el libro del historiador francés Fabrice d’Almeida titulado
RECURSOS HUMANOS (Alianza). Ha indagado sobre las intimidades de los carceleros
de los grandes campos de concentración de judíos y nos abre las puertas de una
doble realidad.
“Para los guardias, Auschwitz era un destino
más bien agradable, pues había una pequeña ciudad colonizada por los alemanes
con un cine, burdeles, cafés y restaurantes y una pequeña residencia en el
bosque a la que podían ir. Muchos daban largos paseos en la zona protegida del
campo que se extendía 27 kilómetros cuadrados. Hacían turismo asimismo en las
grandes ciudades de los alrededores. En contraste, el trabajo era a menudo
penoso, con un campo sucio, detenidos enfermos a los que había que evitar, es
por ello que imaginaron el sistema de los kapos, los
prisioneros que vigilaban a los prisioneros”.
Los
40.000 guardianes del régimen nazi no eran escoria, era tratados como un cuerpo
élite con la intención de “sostener la
psicología de los soldados y los guardias de manera que no se les hiciera
penoso cumplir sus tareas genocidas”. ¿Qué maquiavélico, no? Nuestras
mentes empiezan a imaginar que en la cumbre de esta organización exterminadora
debía haber una lumbrera. Y viene el premio Nobel Vargas Llosa y tilda a Adolf
Eichmann (mano derecha de Himmler) de Hombre sin cualidades (no me pregunten por qué mi mente ácida y
perversa se atranca en la cara de Montoro, Floriano, Aguirre, Draghi…). El
punto de apoyo de su calificativo son las investigaciones que Hannah Arendt
realizó en torno al juicio celebrado en Jerusalén en 1961 contra el genocida
nazi.
“ Mediocre
pobre diablo, fracasado en todo lo que emprende, inculto y tonto, que encuentra
de pronto, dentro de la burocracia del nazismo, la oportunidad de ascender y
disfrutar del poder. Es disciplinado más por negligencia que convicciones, un
instinto de supervivencia abole en él la capacidad de pensar si hay en ello
algún riesgo, y sabe obedecer y servir a su jefe con docilidad perruna cuando
hace falta, poniéndose una venda moral que le permite ignorar las consecuencias
de los actos que perpetra cada día (como despachar trenes cargados de hombres,
mujeres, niños y ancianos de todas las ciudades europeas a los campos de
trabajos forzados y las cámaras de gas)”
¿Qué
características tienen los jefes de recursos humanos que nos machacan con sus
recortes? No les será difícil encontrar algunas sincualidades eichmannianas. Mientras descubrimos el tráfico
de sobres con sobresueldos millonarios nos invitan a la austeridad. Después de
gasear a los judíos jugaban una partidita de ping-pong o se pegaban un bañito
en la piscina del campo de concentración.
Tres
meses después del juicio a Eichmann, Stanley Millgram, psicólogo de la
universidad de Yale, inició una serie de experimentos cruciales que culminaron
en el descubrimiento de las bases científicas de lo que podríamos llamar
OBEDIENCIA CIEGA (él habla de ESTADO AGÉNTICO).
Les dejo con el documental EL JUEGO DE LA MUERTE (actualización de experimento insertándolo en el medio televisivo)
Vayan
investigando porque nos va la vida en ello, hay que conocer a los enemigos para
poder desactivarlos. Y vamos tarde.
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