La
poesía me ofrece las explicaciones que no encuentro en la lógica, en el sesudo
raciocinio que a veces insiste en resistirse, en no llegar hasta el fondo de
las realidades. Los maestros de la poesía, hechiceros de minorías, eremitas que
resisten al palabreo fácil, al murmullo banal de las tertulias
fundamentalistas, indagan en la elaboración de pócimas para vivir sin
achicharrarse en el sinsentido.
Asisto
desde hace muchos años, perplejo, a la ascensión de los mediocres y al exilio
de las mentes preclaras, al apartamiento (voluntario y forzado) de mujeres y
hombres capacitados para las más altas cumbres y al encumbramiento de
los menos aptos pero de garras muy afiladas. Y mi mente no encontraba respuesta,
seguramente por la indignación que le producía la contemplación de una
injusticia. Fue escuchar de la boca que siempre me arranca de la indolencia las
palabras del chamán y encajar la última pieza del rompecabezas.
La
ignorancia, como la hoja
perdida
del libro, va
de
aire en aire escribiéndose,
haciéndose
más libre,
casi
arrancada ya
de
las ramas del tiempo, hasta
caer
en el dominio
del
insaciable, que la toma
del
polvo y la reduce
a
gobierno de luz, la reincorpora
a
su libro marchito, convocando
allí
su propia sed enmascarada
de
ambición, porque no sabe
que
la sabiduría es como un cuenco
donde
todo se vierte hacia nacer.
Pepe
Caballero-Bonald
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