Planteamiento.
Este año he introducido en la metodología de algunas de mis clases un aire
neoliberal. Los alumnos compiten (¡hala!) y según su producción y sus intereses
ocupan un espacio diferenciado. El café para todos no me funciona en algunos
grupos, los indolentes dominan el cotarro y marcan un ritmo cansino de aprendizaje. Los
sujetos educativos empiezan por actividades mecánicas (resumen y ejercicios,
vaya, lo de toda la vida) y pueden ascender por la cadena de mérito hasta
estadios en los que el intelecto adquiera mayor protagonismo. Una gran mayoría
se encuentra de fábula en el primer punto, es aburrido pero encaja con su historia
y con sus expectativas, adquieren los mínimos de materia (salvamos el
expediente) y los olvidan con la misma facilidad. Una minoría opta por
superarse, por traspasar la frontera de la vagancia y por proporcionarse un
aprendizaje más útil. Ellos deciden (iniciativa individual) y yo superviso (el
Estado como garante del buen funcionamiento del sistema).
Nudo.
Siguiendo la estela de los manuales del buen adolescente, algunos me quieren
hacer la pirula. No aceptan su condición de obreros de las Sociales y quieren
engrosar el estamento intelectual presionando al Estado con malas artes. Van a sus
casas y tergiversan la situación para que sus padres les saquen las castañas
del fuego. ¿No lo harán? Por supuesto. Llamada al instituto y entrevista
urgente con un servidor con una amenaza velada como aperitivo del combate: “Hay muchas cosas que no me
están gustando”. Ufff…. Qué miedo.
Desenlace.
Mientras los progenitores me explicaban sus quejas y lamentos (hablaban por boca de su retoño
despechado) sonó más de seis veces el sonidito del Watsap, el padre se ausentó dos
veces para hablar con el móvil y la madre no pudo resistir la tentación de
mandar un mensajito que calificó de urgente. Yo expliqué mis
postulados entre vibraciones del
cacharrito de marras. El argumento de peso de los accionistas era que su hija “se había molestado” cuando yo no había auspiciado su ascenso a un estamento superior. ¡Es injusto! vocearon al unísono con un ojo depositado en la fuente de su atención, el móvil de las narices. No les
explicaré todos los entresijos de la conversación (algunos muy escabrosos), me
tuve que fajar con astucia y veteranía para dejar las cosas en su sitio. Al
final resulta que un licenciado en Ciencias Sociales con veinte años de
experiencia sabe menos que un mindundi de dieciséis sin más ganas que llamar la
atención. Se fueron contentos, admitieron que en casa su retoño también
mantenía una actitud displicente y confesaron su convencimiento en que mis
tácticas para motivar a los alumnos eran acertadas y plausibles.
El
adjetivo describe dos fases de un sentimiento: un primer momento de PERPLlejidad
y un segundo de enfADO. No sé la que pesa más.
Qué gran amor a su vocación el de los maestros, al tener que manejar no solo a los alumnos, sino a las frustraciones de los padres proyectadas en ellos, y esas juntas informativas que a veces quieren convertir en una cacería de brujas. Es de reconocerse.
ResponEliminaNo te creas, tiene su gracia si no lo piensas demasiado... Un saludo.
ResponEliminaY pese a todo, los verdaderos profesores, los que teneís vocación, seguís ahí, en el frente de batalla para enseñarle a los chicos justo lo que sus padres han olvidado, que la vida es algo mas complejo y más importante que una pantalla de ordenador o de movil.
ResponEliminaMagnífico blog.
Tu pseudónimo refleja el estado real del mundo educativo. No descarto utilizarlo en uno de mis post. Bienvenido a Voz ácida y gracias por tu atención.
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