El
año pasado llegué al límite de la heroicidad. Burlé con astucia y
convencimiento los cantos de sirena de los poseedores de bolas de cristal
compradas en bazares chinos que me auguraban la marginación de la abundancia
por mi terquedad en no querer apoquinar la pasta como todo hijo de vecino. No
gasté ni un solo euro en lotería de Navidad. No pagué el impuesto
revolucionario a los recaudadores del azar. Este año vuelvo a escalar el
Everest.
- - Tocará y tú no llevarás.
Imagínate.
La
sonrisa burlona, el dedo acusador señalándome como miembro de los desgraciados
que vieron pasar la suerte por delante de sus morros y se negaron a raptarla.
El miedo a penar toda la vida con la etiqueta de tonto del haba, cabezón, snob,
o cualquier otro adjetivo que descalifica al que se descarría de la manada
creyente en números fetiche.
Los
mismos que proclaman a los cuatro vientos que un libro es un objeto de lujo y
que por eso no leen más, los mismos que blasfeman por el 21% de IVA aplicado al
cine y al teatro, abren su cartera y sin rechistar sueltan veinte euracos en la adquisición de una hipotética (la estadística es
demoledora) porción de gloria. Somos un
país que tradicionalmente confía en quimeras (empezando por el aire con el que
flotaban las burbujas inmobiliarias), que ha convertido el templo doña Manolita
en una factoría de esperanzas que obviamente escapa al control de los hombres
de negro de la troika. España espera ser rescatada por el azar, por alguna de las
bolitas del gran bombo, esperamos que finiquite nuestro triste penar diario por el territorio de los deudores. Desviamos
nuestra energía de las manos o de la inteligencia a una combinación de cifras
mágica que esperamos que nos rescate del pozo por arte de birlibirloque. Y
tradicionalmente, no se produce el milagro, es el momento en que aparece la fiebre del conformismo. Al
minuto siguiente de la decepción lo más importante que poseemos es la salud,
seguimos vivos después de habernos gastado la pasta en acciones de la nada y explicamos
a orejas tan frustradas como las nuestras que el dinero no da la felicidad
(¿y para qué jugamos?). Y nos engordamos con la contemplación de los tópicos de los afortunados, esos que se
bañan en cava mientras nosotros nos comemos las lentejas de siempre. Los
millones de euros servirán solo para tapar agujeros (ni que fuesen las cuevas
de Altamira), siempre cae un premio en un barrio donde hacía mucha falta el
dinero (en Damasco, en Calcuta o en las favelas de Río van sobrados). No hay
año en que no proliferen los doctores en Filosofía que provocan el aluvión de
cámaras sobre los lugares en los que estalla el Gordo, con gran solemnidad
afirman que se alegran (en un país de envidiosos siempre hay mentiras en la bandeja de entrada) porque el premio está muy
repartido, especialmente entre la clase trabajadora (a Fabra le ha tocado un
chorrón de veces y no parece extraído de los bajos fondos castellonenses). Y un
par de días después del magno evento patrio llegan los oportunistas que hacen
campaña por el sorteo del Niño que arroja mayores dividendos que el de Navidad.
Y otros euritos volarán con las alas de la desesperación. Los agitadores de banderas
se han sumado al festival lúdico (me reprimo de blasfemar contra el patético Adelson), en Catalunya podemos jugar a la Grossa (más modesta pero más
nuestra), un plebiscito que no necesita la aprobación de ninguna Constitución, porque
amigos y amigas, en cuestión de juegos de azar, Catalunya ya es independiente.
Este
año sigo con la firmeza del año pasado. Ni un euro. Creo que me he vuelto
protestante (y protestón). Buena suerte.
No te creas el único. Desde hace doce años que no juego un sólo euro ha la lotería. A ninguna
ResponEliminaManuel, yo soy un héroe y tú eres casi divino, doce años... qué récord de ir contracorriente.
EliminaBueno, creo que lo de ir a contracorriente se remonta al día en que nací.
EliminaTu entrada me recordó una divertida anecdota de la última vez que jugué. Fue la típica participación a medias entre los conpañeros de trabajo -en este caso de servicio- Nos tocó el reintegro el cual lo volvimos a jugar en reyes y nos volvió a tocar. Después de devatirlo decidimos invertirlo en unas rifas de una aldea cercana de la que era vecino uno de los compañeros. Un grave error no preguntar antes cual era el premio. Nos tocó un burro. Ese si que fue un problema, gracioso, pero problema, pues nadie, ni los que lo sorteaban ni nosotros queríamos el burro.
Ahora cuando me preguntan suelo contestar: No juego a la lotería, no vaya a ser que me toque.
Una suerte un poco rocambolesca.
EliminaEn mi casa solo compramos participaciones que nos ofrecen, de esas de 5 euros. Que si un viaje de fin de curso, que si una asociación, que si la tienda de pepita o paquita. Total, que con 5 ó 6 papeletas somos felices! Y luego incluso no sabemos ni donde están, o se nos olvida comprobar si ha tocado algo. En fin, que para el que le haga ilusión vale, pero yo prefiero invertir el dinero en algo más seguro que en el azar. Por ejemplo en unos buenos zapatos o en invitar a mis amigos a una ronda. Bien que haces de no comprar lotería.
ResponEliminaUn año comprobé lo que me había gastado en papeletas y daba para un viaje a Mallorca. Por ende...
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