El
poder se puede ejercer por la fuerza o por la razón. Lastimosamente la primera
opción se suele imponer cuando se agota
la segunda. Llevamos una retahíla de excusas en el zurrón, el rollito de vivir
por encima de las posibilidades, las exigencias europeas, los brotes verdes y
otros eufemismos que se desmoronan al primer bufido, nos hemos comido poco a
poco la crisis pero la desesperación empieza a hacer mella en una ciudadanía
artrítica poco acostumbrada a luchar por sus derechos. La razón exige tener
criterios y algunos (especialmente proteger a los privilegiados) suelen
contrariar a la masa desfavorecida. Que se salve a los bancos que desahucian a
los que pagan los impuestos con los que se hará frente su rescate es una parodia
surrealista que solivianta al personal. Aunque se tengan controlados
los mass media y dispongan de una ingente legión de ratas que se alimentan
con la carroña que desprende el poder (sobresueldos, enchufes, cargos
políticos, vanidades varias…) el público empieza a impacientarse y a sacar las
patas del tiesto (expresión herencia materna). Cuando esto se produce,
históricamente el poder muestra su cara más feroz y hace un pedido extra de alambradas
electrificadas, muros infranqueables y vigilantes de élite. Resumiendo, medio
mundo se muere de hambre mientras el privilegiado 1% de la población se arma
hasta los dientes para defenderse de los harapientos que piden pan.
Nuestro
gobierno, siempre vigilante por los valores democráticos, ha empezado a extender
nuevas alambradas que hagan más difícil exigirle justicia. Ha empezado por
legislar que es bastante económico cuando se tiene mayoría absoluta. No se
puede consentir que los señores diputados aprueben leyes a su antojo con una
jauría de alborotadores subida en el tejado del Congreso de los Diputados. ¡A
prisión! Es inadmisible que una marabunta de desahuciados chille enfervorizada
en la puerta del domicilio de un respetable ministro con el consecuente trauma
psicológico para los hijos del servidor público. O que le pueda uno decir
cabrón al madero que te está zurrando la badana porque protestas por tus derechos.
El absurdo se impone con porras y pelotas de goma. Los salarios bajan
escandalosamente mientras las multas por las protestas suben exponencialmente.
Una alcaldesa (culmen del desvarío) incluye en las ordenanzas municipales
multas astronómicas por ejercer la mendicidad. Es que hay muchos pobres que se
hacen pasar por pobres para no trabajar y sablear a los ciudadanos de bien.
Pero también hay muchos políticos que se hacen pasar por políticos y son
agentes al servicio del poder económico y nadie les cobra una tasa de mentiras.
Esta
mañana he visto en la tele que la policía portuguesa montó una manifestación
contra los recortes a los que está obligando la troika, protestaba porque
estaban trabajando “en el límite de la
indignidad”. Los compañeros que tenía acordonado el Parlamento se abrieron
como un clavel (dónde habrán quedado) para dejar paso a los policías
protestones y pacíficamente tomaron la zona. Me dio por pensar en el acorazado Potemkin, ya sé que es una conexión interesada, un guiño al sí se puede, un
grito a la solidaridad entre carceleros y presos.
No
sé, quisiera creerme que las barbas de nuestros vecinos lusos se están pelando
y que alguien pudiera pensar en poner las suyas a remojar.
Hemos retrocedido cuarenta años en apenas dos, y este nuevo aprendiz de aguilucho no parará hasta que el pueblo se levante. El caso es que esta sumisión y miedo a lo que estamos perdiendo, no nos revuelva el estómago, ay, si levantaran la cabeza los muchos que murieron por todos los derechos que ganaron y nosotros regalamos. En fin.
ResponEliminaA las barricadas yá!
Yá!!!!
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