Según
parece el invento corresponde a Sexto Empírico, médico y filósofo griego
seguidor de Pirrón, considerado el padre del escepticismo. Lo define como un
estado “de suspensión del juicio”, no se niega ni tampoco se afirma nada.
Edmund Husserl (fundador de la Fenomenología trascendental) le dio una capa de
barniz considerando que ese estado (al que yo aspiro desde ya) pone entre
paréntesis no solo las doctrinas sino la misma realidad.
Se
preguntarán a qué viene ahora esta obsesión mía por el Epojé. No me demoro en
la justificación. Fuese porque uno va cumplimentando sus años, porque los ojos
andan cansados de tanto ver o por una acumulación de experiencias agrias,
empiezo a sentirme un fervoroso defensor del escepticismo. Y no es una posición
razonada y sesuda, es un impulso que me nace de dentro, me descubro menos
vulnerable a los ataques del pensamiento unidireccional que quiere forzar que
salga un determinado juicio de mi boca.
La
última experiencia (pueden considerarla banal) que me reafirma en mi serio
propósito de alistarme entre los seguidores acérrimos que se pirran por Pirrón
(chiste fácil, lo reconozco) tiene su origen en el cierre de Canal 9. Soy
conocedor de las tropelías que las huestes de Camps, Barbará, Zaplana y el
finiquitador Fabra han cometido en tierras de paella. Cuando se conoció que la
no aceptación del ERE significaba la readmisión de los despedidos y que el
dineral que eso suponía no era asumido por la Generalitat valenciana había una
legión de sapos y culebras en mi boca dispuestas a vomitar pestes. El gesto heroico de los trabajadores de tomar las últimas emisiones
del canal autonómico y rajar a saco paco contra los rectores canallas y
deleznables que dirigieron la televisión pública valenciana me hervía en la
boca y tenía la necesidad de proclamar a los cuatro vientos la gran injusticia
que suponía la supresión de Canal 9 y el ataque frontal contra el periodismo
democrático y el expolio sangrante cometido con euritos de todos (los
valencianos) y así sucesivamente hasta crucificar sin compasión a los
responsables del latrocinio. No me dejé llevar y apliqué la etimología de la
palabra escepticismo hasta sus últimas consecuencias, mirar con detenimiento,
dudar, desconfiar de las apariencias. Un profesional que estuvo en el meollo
confirmó mis intuiciones escépticas, escribió en junio del 2012 un artículo titulado Epílogo. El muerto se lo han cargado entre todos,
no hay nadie libre de culpa, ni los que mandaron los atropellos ni los que
obedecieron sin rechistar. Como decía mi abuela, todos estuvieron en el ajo.
Este
escrito me lo sugirió una bienaventuranza atea del director de cine y escritor
Fernando León de Aranoa:
“Bienaventurados
los escépticos porque de ellos serán los cielos, que otros asalten.”
Amén.
Amén.
Siempre estuvo en esa linea mi filosofía de vida, en que las cosas tienen su porqué y en que toda versión de lo sucedido tiende a ser interesada, por lo tanto dada a engaño.
ResponEliminaUn saludo.
Seguimos en sintonía y me alegro de compartir referentes.
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