La mitad de los jóvenes
aceptarían cualquier trabajo sin importar el salario.
El titular duele. Un 50% de los jóvenes vaga por el mundo sin ilusión (el otro
50% tampoco andará tirando cohetes). Como dice mi venerado Maestro Pepe,
perdón, un respeto, José Caballero Bonald: Nada
más pernicioso más desprovisto de taras que la resignación. En tiempos de
desorientación se necesitan referentes. Yo traigo aquí uno.
En
1944 nacieron en España 606. 135 niños. ¿Y? Si los hubiéramos ordenado por
posibilidades reales para llegar a ser el rey del rock español, mi referente
estaría por la cola. ¿Por qué? Por extracción social, nació en el periférico
barrio de la Cartuja de la periférica Granada, muy lejos de las grandes capitales
en las que se fraguaban las movidas musicales de la España de posguerra. Su
escasa formación cultural y musical (a los 15 años ya estaba currando en un bar
y posteriormente en unos grandes almacenes) o la escasa implantación rock en un
país dominado por los curas y los militares, nos llevaría a considerar como
plausible que 40 años después, el granaíno nacido el mismo día que se producía el
mítico desembarco de Normandía, hubiese acabado como encofrador en los
apartamentos que se construían en la Sierra Nevada o que estuviese atendiendo
mesas como camarero en la plaza Bib-Rambla o que ejerciese de vigilante en La
Alhambra. Pues no, la predestinación se torció y casi 40 años después, en la
España socialista de 1983, el inresignado
Miguel Ríos reunió a más 700.000 personas en una gira sin precedentes en España
en la que presentaba el disco El rock de
una noche de verano, con Luz Casal y Leño como teloneros.
Cosas que siempre quise
contarte es un libro delicioso, se lo recomiendo
encarecidamente (ya le pediré a Planeta comisión). Discurren dos ríos paralelos por la autobiografía. El río Miguel y
el río España. El primero ofrece un caudal generoso, qué gran cantidad de
vivencias, mención especial para las bifurcaciones. Extraigo un botón, Miguel
reconoce que un gesto de su madre viuda hubiese sido suficiente para frenar su
ambición de irse a Madrid a triunfar en el mundo de la música. Su madre, con
generosidad abundante, no se victimizó y dejó volar a su Migué. En otros
capítulos podemos sentir el frío de la cúspide de la fama o el desánimo del
descenso a los infiernos cuando nadie te llama y nadie se acuerda de ti. La
honestidad se ilumina explicando la vergüenza que le produjo tener que delatar
a compañeros de juergas cuando le detuvieron y le humillaron en las cárceles
franquistas. Miguel Ríos no solo cantaba, fue un innovador en la producción de
espectáculos musicales, eso le produjo una incomprensión constante, la de
alguien que parecía siempre mirar diez pasos más allá de donde transitaban los
mediocres (y cobardicas) que le rodeaban. Y todo el libro se tiñe de tenacidad
y de ilusión por perseguir un sueño por difícil que fuese.
El río España, el
decorado de su vida, no es menos atractivo, nos habla de un país recién salido
de la cartilla de racionamiento que llegó a la modernidad compartiendo fibra óptica y ladillas (como cantó su
amigo el Maestro Sabina en Mater España). Nos habla de una infancia donde los
niños eran invisibles, ni rastro del encumbramiento actual. De costumbres, de
paisajes, de personajes. Los libros de Historia se enriquecen con narraciones
de la vida cotidiana como la que realiza el rockero.
Nunca
me entusiasmó demasiado el éxito musical inspirado en la novena sinfonía de
Bethoven que llevó Miguel a la fama (no
se pierdan su periplo de promoción en el extranjero) pero sí que lo considero
una metáfora perfecta para reflejar la vitalidad del personaje. Pónganse el
loro a toda marcha y a saltar como salvajes para vencer la desidia
generalizada.
Bienvenidos, hijos del rock and roll.
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