Sor
María, una monja entronizada por ocuparse de los pobres del Tercer Mundo, se
alimenta solo de raíces. Alega en una escena digna del más histriónico
Almodóvar que lo hace porque son importantes. La mística centenaria se aloja en
las antípodas de los personajes decadentes que expone Paolo Sorrentino en su
última película La gran belleza. El
envejecimiento, el paso del tiempo, el uso de una herramienta llamada vida, el
exceso y el defecto, el amor y la amistad, todo está mezclado con evidente (y agridulce)
sensibilidad en una extensa película. Una pizza romana con una textura muy recomendable.
Y
se nos muere Juan Gelman. Yo no lo he leído lo suficiente, llegué a la poesía
demasiado tarde, pero ayer cuando me enteré de la noticia algo se me desgarró
por dentro. Casi imperceptible. Nada que tuviera que ver con el duro raciocinio
literario o con emociones surgidas de sus poesías. Noté movimientos sísmicos en
mis raíces. Desde la copa del árbol se desprendían hojas marchitas, bandidos con
corbata soplaban vientos canallas debatiendo sobre la trascedencia del paseíllo de la infanta o del encuentro entre Rajoy y Obama. Nimiedades perversas. Y Juan Gelman ya no está. Se zarandean mis raíces con el poeta que padeció el desarraigo.Qué movimientos sísmicos más inexplicables. Me consta que combatió las miserias de este mundo con la ironía, me entronco a él con ese látigo
que ofende a los poderosos porque muchas veces no alcanzan a entenderlo, su
prepotencia les impide descubrir las heridas hasta que no sangran. Juan Gelman
ha abandonado su cuerpo maltrecho pero se ha quedado para combatir contra el
olvido, le arrebataron a su hijo y le devolvieron a una nieta después de
perseguirla hasta la extenuación, dicen que era el poeta de los ojos tristes.
Qué menos. Ahora le ofrecen tres días de luto patrio, herederos de los que le concedieron
años de hiel.
Intento
rememorar el último momento del poeta, encarado a la muerte, lo imagino rasgando la uniformidad del papel en blanco con oficio ético, arropado por una
integridad admirable. Cadavérico y exhausto, con respiración dificultosa, depositando con cuidado las palabras en un recipiente eterno. Qué inútil todo para este mundo cobarde, que acto más heroico para mis
raíces. Verdad es se titula. Sobran
las palabras, vuelvan los silencios.
Cada día
me acerco
más a mi esqueleto.
Se está
asomando con razón.
Lo metí
en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él
siempre preguntándome, sin ver
cómo era
la dicha o la desdicha,
sin
quejarse, sin
distancias
efímeras de mí.
Ahora que
otea casi
el aire
alrededor,
qué
pensará la clavícula rota,
joya
espléndida, rodillas
que
arrastré sobre piedras
entre
perdones falsos, etcétera.
Esqueleto
saqueado, pronto
no
estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás
el universo desnudo.
No lo conocía, lamento mi ignorancia y me felicito por entrar en tu blog y poder leer su poema, gracias.
ResponEliminaUn besote.
El libro ácido de Petete....
Elimina