La caja tonta es una fuente de moralidad en
diferido (copyright para Cospy). Desde hace una década no han dejado de poblar
los programas de éxito gente anónima, se les ha abierto una puerta a la gloria
y no la cierran ni que vengan los marines.
Mercedes Milá como justificación por
enredarse con la primera edición de Gran Hermano tildó el programa de “experimento
sociológico”. Meter a unos cuantos ratoncitos ávidos de fama en una cárcel y
retransmitir a la nación sus emociones y sus perversiones dio un juego
impresionante. El pueblo, en su palco privado de circo, juzgaba a los
gladiadores con fiereza o indulgencia según afinidad vital. Qué degenerados, qué majos, cabrones, qué
colaboradores, qué violentos, qué dispuestos, qué vagos… ¿qué de qué? El espectador condenaba o indultaba a los ratoncitos con su vara ética de medir. Yo lo que nunca hubiera hecho es… Yo lo que
siempre he pensado es…. Los tontos se consolaban con los defectos de los muchos,
un clásico.
Luego llegó el momento del talento con Operación
Triunfo, se valoraba la voz, la capacidad de interpretación, el esfuerzo. El
país entero se volcó con Rosa, ¡la Rosa de España!, una muchacha de generosas
carnes y cultura escasa que gracias a su prodigiosa voz podía inculcar a la
descarriada juventud el demagógico concepto de que querer es poder. Las colas
interminables de candidatos desafinantes que esperaban ingresar en el chalé de la popularidad eran motivo
de burla y de risa colectiva. Los codazos por ser el elegido en cada gala era del estilo de los mejores
trepas profesionales (no será de extrañar que alguno acabe de ministro), no importaba la música sino el postureo (Bisbal va por ti). Risto Mejide
hizo fortuna instaurando el papel de crítico cabrón. Otra moralidad.
Luego llegó el tiempo de Supernanis y Hermanos
Mayores, educadores de rompe y rasga que reconducían a niños difíciles y adolescentes
desquiciados. Un par de técnicas imaginativas y el protagonista volvía a tener
todos los tornillos en su sitio. El consuelo de tontos flotaba en todos los hogares españoles:
a) mi hijo no es tan malo, fíjate ese que está destrozando su casa. b) si lo
fuese, tiene solución. Medicina de bolsillo en treinta minutos.
Ahora tenemos dos nuevos programas que acaparan la
atención de los feligreses televisivos: Chicote y Negocios al límite. Emboban,
sin duda. Yo he sido presa fácil de ambos. Como si se tratase de una reunión de
Adictos Anónimos les confieso que los personajes que pululan por estos
programas merecen la pluma de García Márquez. Algún novelista (no
descarto que sea yo), tiene que abrir la brecha del realismo esperpéntico. Les
doy una pequeña dosis de droga y les auguro que caerán de cuatro patas
postrados ante el monumento de lo increíble.
Tres muchachos (dos hermanos y la novia de uno)
montan un asador de pollos en Benidorm con la receta mágica que les traspasa su
tío. La coach visita a los muchachos porque el negocio es una ruina. Si quieren
ver la cochambre de local que regentan entren en la página del programa. Yo les
ofrezco un corto de ingeniería económica que ni la infanta lo superaría.
¡Dentro vídeo!
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