Ayer
me lloraba el oído escuchando a los pensionistas por la radio. Desgranaban uno
tras otro los años que llevaban cotizados cuando se retiraron, ninguno de los que habló bajaba de
cuarenta. Relataban con indignación las penurias que padecen para llegar a fin
de mes, miserias del ocaso de una vida plagada de sufrimiento. La España de
posguerra olía a humillación, el putrefacto tufo que quiere resucitar la reforma
laboral de la ministra rociera. Veo a las voces anónimas que se desgañitan
reclamando respeto por la radio sudando la gota gorda en fábricas inmundas, sus
cuellos subyugados a las botas de un capataz inhumano, de sol a sol labrando campos áridos. También soy capaz de imaginarlos sirviendo en lujosas mansiones modernistas a
una burguesía prepotente que consolaba a sus lacayos con paternalismo paralizante. Ahora se quieren ahorrar 33.000 millones en nueve
años a costa de pegarle un pellizco a las pensiones. Obedecen órdenes de la
troika o del poder financiero, qué más quisieran ellos que seguir llevándoselos
de excursión para comprarles los votos en hoteles de temporada baja como en
tiempos de burbujas.
Mi
hígado se irrita cuando Botella y su clan de babosos se piran a cuerpo de rey a
Buenos Aires a que nos concedan unas Olimpiadas, maquillaje de patanes para
disimular la triste realidad. El hígado sigue alterado cuando los agitadores de
banderas venden patrimonio público a los mejores postores privados o dilapidan
el servicio de aguas con alevosía y nocturnidad. El hígado de todos los
pensionistas y de sus hijos (muchos de ellos cobijados en sus casas y
malviviendo con sus exiguas pagas) y de los nietos (que algunos libros de texto
o bocadillos de jamón también han salido de los dineros de los agüelos)
tendrían que reventar para que un torrente de bilis pestosa tapase las bocas
mentirosas que insultan nuestra inteligencia trucados los números para propagar
el bulo de que la economía remonta.
Mi
boca se llena de improperios cuando me entero que el Rey va dando préstamos a
su princesita para que se compre un palacete (de cuento de hadas) mientras el
principito deportista saqueaba la vanidad de los gestores falleros e insulares.
Cuando intuyo la bicoca de los sobresueldos masivos para los que ahora me
exigen austeridad o cuando cuento los ceros de las indemnizaciones de los
banqueros creadores del monumental timo de las preferentes, mi saliva más roja
se desborda clamando venganza. De la boca de los hijos y de los nietos de los
pensionistas tendrían que emerger unos colmillos para clavarse en los
tobillos de los que se jactan de su deshonestidad (Bárcenas y otros bandoleros).
Mi
oído llora, mi hígado se irrita y mi voz se desgañita, pero mis manos y las
manos de los hijos de los pensionistas y las manos de los nietos de los
pensionistas, no aprietan el cuello de los que nos ahogan sino que siguen
esperando la limosna o la caridad de los que no saben otra cosa que trincar en
beneficio propio sin conciencia que atormente sus noches. Mientras que los oídos,
los hígados y las voces se dejen seducir por la caridad (llámese Cáritas o
subsidios varios) en lugar de militar en revoluciones, los poderosos (los de
siempre) seguirán exterminando con el gas conformismo.
Mis oídos lloran con los tuyo, mi higado está superhirritado, mi voz grita y grita, pero ellos son sordos, ellos no ven, ellos no sienten.
ResponEliminaSaludos
Hay que cambiar de estrategia, sentémonos a mover los cimientos del absurdo.
EliminaTodavía hay quienes los defienden y opinan que serán sus salvadores y salvadores del país.
ResponElimina¿Lo pensarán realmente?
Un besote.
Es la mística del ladrón, os estoy robando por vuestro bien.
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