Jordi Évole tiene en sus manos un arma
peligrosísima. Se pone la camisa a cuadros y las bambas y juega al campechanismo
patrio con sus invitados. Con esa carita de niño malo pero educado y ese ipad
que dispara mala leche se enfrenta a unos entrevistados que a la que se
descuidan han mordido el polvo. Si te niegas a que te entreviste (Juan Cotino)
tu credibilidad queda en entredicho, qué ocultas, porqué no hablas y así hasta
convertirte en sospechoso. Y se accedes, puede despellejarte a la más mínima.
Salvados lleva dos semanas pintando unos lienzos
que ni Goya. El de la semana pasada con Pedro J y su visión sui géneris de la
historia de España reciente (atentado 11-M sobre todo) era de cum laude, pero la
del Dios Florentino ha rozado lo sublime.
No les puedo negar que al final del
programa un vómito generoso me asoló a quemarropa. Dios (el número quince de
las fortunas de este país) se mostraba conmovido porque un niño sudamericano
(pobretón) se le agarró a la pierna en una de sus visitas por el cono sur
vendiendo madridismo (y contratas, supongo). Miró a ambos lados y pensó, cómo
me puedo llevar este niño a Madrid. Yo ya no veía al Florentino constructor y
contratador de futbolistas por 100 millones de euros, yo veía cómo levitaba el
san Juan de la Cruz del siglo XXI. Todavía no ha podido quitarse la cara del
chavalín de su cabeza. ¿Estaba el vómito justificado?
San Pérez (cómo le acompaña el físico al
jodido, la cara de gamusino que pone propicia que el espectador lo crea
incapaz de hacer fechoría alguna) acusó al presentador de mala voluntad en
repetidas ocasiones. Él que esperaba una hagiografía a medida tuvo que
responder sobre la recalificación de la ciudad deportiva del Madrid (descomunal
pelotazo) o los sobres que las constructoras dirigían al partido en el
gobierno para ser los primeros en ser contratados. Él que tiene 200.000
empleados y que trabaja siete días a la semana y trescientos sesenta y cinco
días al año, tiene que responder sobre el fraude fiscal de las grandes empresas,
qué insidioso es el populacho que está en el bar abusando de la cerveza
mientras él va de reunión en reunión y de acto en acto hasta pasada la media
noche. Él no tiene vacaciones, él no sabe disfrutar del dinero, él solo sabe
crear empleo y riqueza para este país de vagos que les corroe la envidia. En lugar de
tener estatuas en cada esquina de Madrid se le requiere que explique de donde
ha sacado tanto dinero. Trabajo, esa era su respuesta insistente y percutora. Confesó que era un looser político, perdió las elecciones con UCD y con el
Partido Reformista de Roca y pensó que era más fácil gobernar desde la
influencia íntima que desde la elección pública. Ay, perdón, me confieso, he cometido un pecado de los gordos, dudar del cordero de Dios que se le afilan los mofletes cuando huele la verdad y la penitencia es que no te invitará al palco en el
que nunca se hacen negocios.
La pose de modesto, la pesada recurrencia a
los valores del madridismo (Mourinho los encarnó como ninguno) y la
superioridad que transmitía frente a un mindundi que no se enteraba de nada y
que si le reprochaba algo era sustentando en la mala fe fue un curso de
interpretación de primera magnitud.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
¡hala Madrid!
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