El dinero ni se
crea ni se destruye, se transforma. Uno de los errores garrafales cuando se
define la crisis es decir que no hay dinero. Es rotundamente falso. Dinero hay,
lo que pasa que no está en nuestro bolsillo.
Hace dos años,
acercándose la Navidad, los trileros que rigen la Generalitat quisieron
perpetrar una jugada maestra para cuadrar sus números y arreglar los déficits a
base de acogotar al pagano. Empezaron a difundir que no nos podrían pagar
íntegra la extra de Navidad a los funcionarios porque Madrí no cumplía con lo
prometido (mezclaban inversiones con gastos corrientes). Pese a sus esfuerzos
no creían que pudieran hacer frente a la totalidad de nuestro aguinaldo. Mi
pareja y yo nos cogimos el primer tren que iba a Barcelona y nos plantamos
delante del Parlament acompañados por otros valientes que tenían noticias de
que se iba a cometer una fechoría. Rodeados de trasnochados sindicalistas que
parecían sacados del siglo XIX saltamos las vallas de protección (los mossos
andaban de bajada por el tema de la pelotitas de goma y sus desperfectos) para
sentarnos delante de donde se reunían los tripones diputados y exigir que se
nos pagase lo convenido. Dicho y hecho. Después de unas Navidades de pantomima
(nos pagaron una parte el 21 de diciembre y el resto a final de año) para
escenificar las dificultades financieras y comprobada la escasa resistencia del
personal, el mostachos Mas-Colell (conseller d’Economia) decidió incorporar el
hachazo a los presupuestos y ya llevo dos años que me han trincado del orden de
6000 euros por el morro. Es dinerillo, amigos. Suficiente como para abrir una
investigación y averiguar a qué bolsillo fueron a parar.
Los futuros
creadores del Estado independiente de Catalunya me querían colar que la pasta
no había salido de Madrí. En las arcas catalanas había telarañas y no era una
moneda de curso legal para pagar mi extra. Uno, que ya sabe de las mentiras que
cuentan las banderas, no se fió de la versión oficialista y voceó a los cuatro
vientos su desgracia para averiguar dónde paraban mis billetes. He vagado por
el desierto durante dos años pero la semana pasada los encontré. Estaban en el
bolsillo de un compañero de departamento de mi instituto. ¿Sorprendidos?
Díganmelo a mí. Me invitó a una exposición que había montado para el Museo de
Historia de Catalunya. Iba sobre la Mancomunitat y su obra cultural. Ya saben, los fastos de 1714 cobijan a
cualquier iniciativa que tenga que ver con el pasado glorioso de Catalunya. Tuve
noticias de que la exposición fue inaugurada a bombo y platillo por el
conseller de Cultura de la Generalitat, el tránsfuga Mascarell, y por el
presidente de la Diputación. Ahí ya empecé a mosquearme y con razón. Le
pregunté inocentemente si había cobrado por comisariar la exposición o si por
el contrario había sido una contribución generosa a la memoria de la
Mancomunidad para apoyar a los políticos que denuncian el sangrante expolio que
Madrí hace con nuestros dineros. No hace falta ser muy sagaz para saber la
respuesta. Mi extra estaba en su bolsillo.
Cada mañana paso
por debajo de una pancarta que me arranca lo peor de mí:
9-N. Es normal
que un pueblo vote cómo puede vivir mejor.
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