Levanten la mano aquellos que se
hayan leído la letra pequeña y la letra mayúscula de la hipoteca que firmaron
en su día con una entidad bancaria española. Si alguien (espero que habiéndose
aplicado desodorante en la axila) así hubiese procedido, lo emplazo a que siga
dejando que circule por su brazo la sangre según dicta la ley de la gravedad si
es cierto que comprendió todos los términos técnicos contenidos en semejante
mamotreto. ¿Cómo se atrevieron? Inconscientes, irresponsables… continuaré la
retahíla de adjetivos descalificantes hasta acabar con su autoestima para que
muten de víctimas a verdugos. Los culpables, obviamente, no reclaman sus
derechos, se espera de ellos que hagan mutis por el foro y que se conformen con
su desgracia.
Todos los firmantes de productos
bancarios sabemos que nos timan, que nuestra rúbrica es una pequeña sentencia
de esclavitud, que mientras tengamos el dinero preparado para ir achicando la
saliva que brota de las fauces del monstruo bancario en cuyas garras caímos por
necesidad (y durante el tiempo de bonanza por inconsciencia) no habrá ningún
problema pero que si un día nos falta cash y tenemos que acudir a la letra
pequeña o a la letra mayúscula de los contratos que firmamos estamos condenados
de antemano. Con el tipo de interés, los años de sentencia y la cuota mensual
teníamos suficiente para firmar. En Europa, que tienen gente que sabe de letra
pequeña ya han empezado a aclararnos que existe un concepto denominado “clausulas abusivas”. Los bancos comían
(comen y comerán) de nuestra confianza, no ciega, sino social. El conjunto de
la sociedad asume la usura como algo normal e irremediable. Y de ahí al atraco
sistemático, un paso.
Las entidades bancarias de este
país (y de otros) se han comportado como niños mimados en el tránsito de las
vacas gordas a las escuálidas. Cuando fluía el dinero a espuertas eran las
embajadoras del rey Midas (si hasta compraban aerolíneas) pero cuando empezó la
crisis quisieron tapar los boquetes de cualquier forma: negándolos (balances
maquillados que hicieron saltar por los aires los hombres de negro de la UE) o
llenándolos de paja (preferentes y otros tóxicos financieros). ¿Y la poli? ¿En
la luna? ¿De permiso? ¿Y el gobernador del Banco de España? ¿Y la Comisión
Nacional del Mercado de Valores? Se automaniataron para no actuar. ¿Sospechoso,
verdad? Miles de excusas y tecnicismos para hacerse el longui y mirar para
otro lado.
El niño mimado cuando los padres
no le quieren comprar el último móvil amenaza con suicidarse, los papás que han
engordado el monstruo se ven obligados a hacer lo que sea para ponerle el nuevo
juguetito en sus manos. Los bancos han tirado siempre de corralito para
chantajear a gobiernos y manejar voluntades a su antojo. España pidió 40.000
millones de euros a Europa para tapar los agujeros de los niños mimados. Suerte
que ahora están recuperando el dinero con la venta a trozos de lo que queda de
Bankia. ¿Nos devolverán derechos? ¿Servicios? Lo que se da no se quita, Santa
Rita, Rita, Rita.
Ayer Blesa fue a declarar por el
tema de las preferentes. Lejos de acogerse al método infantesco (no sé, no me
ocupaba, no estaba, no me consta…) se puso chulito (cuando uno dispara y abate
a bichos que hacen tres veces tu peso te puede dar ese subidón) y contraatacó
con una frase que pasará a la historia de la ignominia. “Ser jubilado no supone
ser un analfabeto financiero”. Si es cuestión de suponer, ser el responsable
máximo de vender productos tóxicos que acaban con los ahorros de toda la vida
de unos abueletes que confiaron en los que regentaban las sucursales que
especulaban con los dineros que habían sudado currando toda su vida, supone ser
un grandísimo cabrón (con perdón para los cabrones).
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