Ahora está muy de moda la
fusión, especialmente en gastronomía de copetín. Les serviré un plato con
ingredientes fílmicos aderezados con una buena base de recuerdos escolares
infantiles y una lógica interna que explote en sus paladares para generar
nuevas sensaciones con las que escapar del marasmo rutinario de las quejas de
un país en crisis. ¡Ni Ferrán Adrià, lectores de mi corazón!
Elijan la que les venga en gana,
la historia del cine americano está sembrada de grandes evasiones carcelarias,
a mí me gustan especialmente las que el preso se empeña en abrir un túnel hacia
la libertad con objetos nimios. Una cucharilla es suficiente para horadar un
muro (algo surrealistas sí que son algunas pelis), la paciencia y la tenacidad
se ponen a prueba, lo normal sería desesperarse y pensar que los muros de una
prisión son infranqueables, pero estos personajes indomables no cejan en su
empeño hasta que un resquicio les transporta a disfrutar del aire limpio del
exterior. No faltan los momentos tensos, los vigilantes avispados que sospechan
de cualquier ruido a destiempo, los delatores y otros obstáculos que pueden
frenar un proceso roza lo imposible. ¿Por qué saco a colación estas pelis?
Porque el actual sistema educativo es una prisión de máxima seguridad. Los
alumnos que transitan por su interior tienen extraordinariamente difícil ver la
luz (metáfora de la razón). El curriculum cerrado, los condicionantes físicos
(medios) e históricos (familiares, sociales), las pocas ganas de cambiar del
sistema (poder) que se beneficia del analfabetismo de pensamiento de los alevines
que entrarán dóciles al redil adulto, la noria de menguamiento intelectual en
la que andan enfrascados los docentes, la indolencia y la mala educación de
unos adolescentes cada vez más empoderados y más idiotizados y alguna razón que
me dejo en el tintero impiden que sea factible la fuga. Los decorados del
recinto carcelario son tan perfectos que los presos creen estar en libertad
cuando su margen de maniobra es limitadísimo.
Yo el otro día les ofrecí a los
de Primero de Bachillerato una cuchara para que se fugasen del Alcatraz de la
desidia que los corroe. Le sugerí que jugásemos al ajedrez (la cara de
gamusinos que pusieron me la reservo en el baúl de imágenes impactantes). Desde
el viernes, en el corcho del final del aula ondea un tablero de escaques negros
y blancos, unas figuras en cartón enganchadas con chinchetas. Ya se han
sorteado los equipos y se producirán dos movimientos diarios. Me lo copié del
profe de Mates de mi infancia. Puede parecer un acto de nostalgia poco asumida,
no lo crean, es una propuesta pedagógica de primera magnitud.
Algunas pistas para entender los
beneficios de mi propuesta:
a) El ajedrez no es un juego, es la vida.
Circulamos por este mundo desde que el primer peón se mueve y la inconsciencia
de una mala estrategia puede acabar en un jaque pastor imposible de remontar. Cuánta
carne de cañón he conocido.
b) Todo tiene un valor y se
suele apreciar cuando se pierde. Echas de menos al caballo que perdiste en un escarceo
intrascendente en medio de un ataque desaforado donde su agilidad te hubiese
venido de perlas. Si quieres afrontar nuevos retos moviliza otras piezas porque
el saltarín animal está en la caja.
c) En la vida y en el ajedrez es
necesario conocer las habilidades y las limitaciones de uno mismo (sus fichas)
y de los demás que le rodean (el adversario tiene las mismas). Recomiendo artículo de E.J.Rodríguez en JotDown donde hace un repaso de cada una de las figuras del
ajedrez y sus trasposición a la realidad.
c) Una partida de ajedrez es una
sucesión de decisiones de diferentes calibres, desde la supuesta intrascendencia
de la apertura a los intercambios de piezas en el fragor máximo de la batalla.
No cabe el lloriqueo dentro de los 64 escaques, la vida sigue o no, el
oponente, la guadaña perpetua está esperando que bajes los brazos para el jaque
definitivo.
d) Ver sin ver. Un jugador debe
anticipar sus movimientos, tener un plan que se reconfigura en cada respuesta
del oponente, aprovechar descuidos, proponer riesgos con solidez.
De momento mis alumnos creen que
es una manía mía, una excentricidad del profe, tienen una cuchara en las manos
y no saben que sirve para abrir el boquete. Eso es cosa suya, yo sigo con mi
cuchara horandado muros robustos, todavía me queda trayecto para oler la libertad.
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