Decreto una semana de sordera política, de amnesia
histórica y de desrigor intelectual. Es lo necesario para afrontar el vendaval
de juicios interesados y alabanzas azucaradas que recibirá la figura de Adolfo
Suárez. Una mentira repetida hasta la saciedad aspira a ser verdad. Afirmaría
sin equivocarme demasiado que un 90% de los ciudadanos españoles que tienen
menos de treinta años no tienen ni repajolera idea de quién era ese señor que
murió el domingo. Se quedarán con el titular o con la etiqueta, con el
argumento mínimo para acompañar las aceitunas y la cerveza en la conversación
de barra de bar. No se les ocurrirá leer libros donde se explican las andanzas
de Suárez en la dictadura, preferirán repetir las exaltaciones enlatadas por
medios comprados en las que se encumbrará su capacidad metamórfica para abrazar
la democracia por un convencimiento íntimo o por la aparición de santa Teresa,
miren a la izquierda de la foto y comprenderán mi chistecito.
A nadie de esa mayoría inconsciente se le ocurrirá
indagar en los tejemanejes de Torcuato Fernández Miranda (¿mande?) y el Campechano
para colocar en el poder al que consideraban un playmobil manejable. Los hagiógrafos
destacarán su ambición política y su capacidad para jugar al póker en una partida aviesa. Habría
que estar loco para investigar en la operación Tarradellas y el desarme de la
izquierda catalana (como ahora Arturito) o para averiguar las oscuras razones
que movieron a confeccionar la sacrosanta Constitución actual y que tantos
espantos levantó en la época. Locutores con bocas prestadas realzarán la
valentía para dotar a los españoles de un marco legislativo avanzado y moderno.
¡Venga ya! Que yo no tengo 10 años, que a mí ya no me engañan estos mangantes
de la transición. Ya se me hizo una úlcera cuando contemplé estupefacto el enjabonamiento democrático de don Manuel (Fraga) el día de su muerte y ahora no paso porque me quieran meter doblada
la figura del hombre de consenso por excelencia (el amo de la mayoría
absoluta, el plasmático Rajoy, se dedica a blandir su admiración por esa cualidad como si tal
cosa).
El afligido monarca y su alocución previsible y
altanera me produjeron vómito negro. Se cree el mataelefantes que no sabemos la
que le montó a Suárez con sus amigos militares (Armada a la cabeza) el 23-F. Vive
de rentas de otra alocución salvapaís que le hizo ser considerado como el adalid
de la débil democracia (incluido para el farfollas de Zapatero) y el garante de
la estabilidad política a cambio de inmunidad e inviolabilidad judicial (¡eh,
Cristina!).
Puedo prometer y prometo que estos no me vuelven a
engañar.
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