¿Han probado ustedes a sacarse
un moco (qué asco) con un cuchillo? ¿Y a comerse un chuletón con las manos (qué
difícil)?
Hace unos días que la dirección
de mi instituto ordenó TOLERANCIA CERO con el móvil. Emulando las redadas contra
los narcos mexicanos arengó a su ejército (entre el que me encuentro) a que
persiguiese por tierra, mar y aire tan peligroso artefacto. Prohibió
taxativamente que los alumnos viniesen al centro educativo provistos del
aparato que los atontiza muchas horas al día (quién nos paga el plus de peligrosidad por interrumpir una adicción tan poderosa). La junta directiva envió un mensaje a los padres
(vaya, por vía cibernética) ofreciéndoles el teléfono del centro por si tenían alguna
urgencia para contactar con sus retoños (auguro colapso en la centralita) y avisó que los alumnos que fueran
sorprendidos con un móvil (ni que estuviese oculto en su bolsillo) en cualquier
dependencia del instituto serían amonestados y les sería incautado el material
prohibido hasta que los progenitores viniesen a recogerlo en persona al final
de la jornada lectiva.
Parece que el orígen de tan drástica decisión se encontraba en la grabación de una paliza entre adolescentes en Sabadell. Un centro educativo ya no es un lugar impermeable y hermético. Llegan las jornadas de puertas abiertas y es muy peligroso que el You Tube pueda convertirse en un medidor de calidad más cruel que todos los abalorios que se cuelgan por las paredes para impresionar al cliente. Si las grabaciones de bloggeros forzaron la primavera árabe o unos videos amateurs desmontaron las mentiras de todo un ministro de Interior, si Erdogan (el presidente turco) se plantea cerrar el You Tube o el Facebook porque le están asediando con un video en el que confiesa a su hijo trapicheos múltiples, cómo sustraerse a la tentación en un modesto instituto.
¿Han probado a escribir un texto
percutiendo las letras con un vaso (qué martirio)? ¿Y a beber con un teclado de
ordenador (qué estropicio)?
De momento la población anda
tranquila, básicamente por dos motivos, el primero es que desconocen sus
derechos y el segundo es que tienen muy claro que los diques que se le ponen al
mar acaban por ceder. Las prohibiciones (lo saben muy bien los dictadores)
esclavizan recursos. A las múltiples funciones que nos han enchufado los
rectores educativos al profesorado ahora quieren sumar la de guardias civiles
(en cuatro días me veo disparando pelotas de goma en Ceuta). Obviamente
considero que si se hace un mal uso del móvil en el transcurso de una clase es
tarea del docente avisar, amonestar y sancionar al alumno. Faltaría plus. Es
una cuestión de respeto.
Un grupo de alumnos de Primero
de Bachillerato (nada brillantes académicamente pero con la curiosidad intacta) me sacaron el tema para
perder el tiempo y para provocarme. Después de reflexionar conjuntamente
llegamos a conclusiones nada desdeñables. Qué diferentes son las clases cuando
nos alejamos de los corsés programáticos y nos introducimos en la aplicación de
los conocimientos a la vida real.
¿Han probado a hacer una agujero en la tierra
con una bicicleta (qué cansao)? ¿Y a desplazarse encima de un ficus (prueben,
prueben, parecerán la bruja piruja)?
Los cuchillos son perfectos para
cortar la carne. Los dedos entran perfectamente en las fosas nasales (qué mala
educación y cuanta gente tiene esa mala educación a diario). Los dedos percuten
el teclado y el vaso es un recipiente perfecto para beber agua. La bicicleta es
un medio de transporte y el agujero para plantar un ficus mejor hacerlo con una
pala.
El móvil ha venido para
quedarse. El móvil tiene peligros. El móvil cambia la educación y la sociedad.
El móvil permite hacer las mayores sandeces y salvar una vida. ¿Para cuándo
pedirles a los chavales que sean responsables de sus actos? Sin duda es más
lento y costoso que la prohibición pero muchísimo más eficiente.
Pronto empezará el buen tiempo,
los escotes amenazan de nuevo al equipo directivo. El decoro, el buen gusto, la
imagen, la desmesura adolescente. ¿Hay tema o no? Seguiré informando desde mi
observatorio privilegiado.
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