Un loco es tremendamente peligroso, no tanto por el daño físico que pueda producir a los demás sino por los desperfectos mentales que producen sus bravuconadas en cerebros tan dóciles como las nuestros. Sus
comportamientos no respetan las normas sociales que sirven para que el status
quo que interesa a unos pocos se mantenga sin excesivo esfuerzo. Un loco no
acepta unas fronteras que los demás dan por consabidas, él se ha fabricado las
suyas y se mantiene irreductible en su reino. Un loco no tiene los mismos miedos que los cuerdos porque su lógica de responsabilidades es
otra. Se rinde ante fantasmas y no se arredra ante un escuadrón de policías.
Estoy
en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.
Un loco es capaz de construir nuevos mundos que a
los cuerdos les parecen tan inviables que los niegan para no ser engullidos en océanos
enrevesados. Los poderosos y los que mangonean la realidad real declaran
inexistentes otras posibilidades que las que ellos dominan. Dicen los cuerdos
que esa facilidad para desvariar es fruto de su enfermedad, esa etiqueta reduce
a los locos a la condición de disminuidos.
Hombre normal que por un momento
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar al pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo mi ruina.
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar al pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo mi ruina.
Tienen que ser inhabilitados de su función de
ciudadanos y recluidos en cárceles donde los empastillan hasta las orejas. En
resumen, hay que barrer las calles de candidatos reales de tan locos a la
revolución, la última gran locura.
Hay que replantearse la revolución. Hay que
incluir a las mujeres y a los homosexuales. Más que cambiar el mundo, como
decía Marx, hay que cambiar la vida, como decía Rimbaud. Hay que ir a una
micropolítica de situación. Esto lo sabían perfectamente Guy Debord y los
situacionistas. Hay que cambiar la manera de percibir el mundo.
Las armas de Leopoldo María Panero eran los
cigarrillos y la Coca-Cola ligh, las citas en inglés y en francés, especialmente
de poetas malditos. Su religión, los heterónimos y las persecuciones de la CIA.
Su escudo, ser un poeta loco.
Es
una tragedia de una horrorosa sordidez en la que al proletariado, tras 40 años
sin ideología, no le queda más que la picaresca. Eso es España. Éste es un país
de sudorosos obsesionados con el fútbol y con los toros por culpa de la
represión sexual. Son tan machos....
Ayer murió solo, qué otra forma de morir existe.
Murió lleno de locura, su literatura lo atestigua. Tal vez después de muerto
sea más peligroso todavía.
Gran homenaje,yo Uruguaya adoro a ese "loco" he buscado y ahora encuentro ,una despedida a su altura,gracias Jordi,comparto
ResponEliminaSu libertad era encomiable.
EliminaLa locura es un síntoma más de un cerebro creativo e inconformista. Es imprescindible algo de locura, siempre que deje lugar a la alegría.
ResponEliminaLeopoldo María Panero está todavía por estudiar pero para mí es una provocación necesaria.
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