Es una discusión recurrente con mi jefe de
departamento.
-Esto no puede ser una empresa.
Trabajamos con personas- defiende él apasionadamente.
-Esto tiene que ser como una
empresa. Debemos arrojar dividendos- arremeto yo con furor.
Los dos tenemos razón. La educación es
poliédrica y cada una de las caras requiere un tratamiento diferente. La
educación no puede gestionarse como la cadena de montaje de una factoría de
automóviles, no clonamos piezas, no ensamblamos al por mayor. Nuestra materia
prima y nuestra mano de obra son seres humanos y requieren procedimientos más
próximos a la orfebrería que a la metalurgia. Pero no es menos cierto que la
educación (especialmente la que se sostiene con fondos públicos) no puede
permitirse una productividad baja, no deja de ser un derroche imperdonable en
estos tiempos de crisis.
Los profesores necesitan trabajar en entornos saludables, ser tratados como profesionales cualificados, recibir respeto de la sociedad que ha depositado en ellos una tarea decisiva para la riqueza económica y mental (incluso espiritual) del país. Los alumnos necesitan una atención personalizada, unos medios tecnológicos y humanos de calidad, unos objetivos claros y precisos con los que construir una sólida formación para encontrar su sustento económico y su bienestar emocional (también económicamente fundamental, leer Uno de cada tres españoles ha tomado unansiolítico en el último año). O sea, cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia.
Los profesores necesitan trabajar en entornos saludables, ser tratados como profesionales cualificados, recibir respeto de la sociedad que ha depositado en ellos una tarea decisiva para la riqueza económica y mental (incluso espiritual) del país. Los alumnos necesitan una atención personalizada, unos medios tecnológicos y humanos de calidad, unos objetivos claros y precisos con los que construir una sólida formación para encontrar su sustento económico y su bienestar emocional (también económicamente fundamental, leer Uno de cada tres españoles ha tomado unansiolítico en el último año). O sea, cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia.
El descenso de la inversión en educación es
comprobable. No hay más que leer la cuantía de los recortes que se han practicado
en Catalunya por la Generalitat. Como muestra, un botón. Pero a veces el brillo de las tijeras nos
deslumbra. El periodista destaca en el encabezamiento del artículo que se ha bajado
820 euros la inversión por alumno con respecto al curso anterior. Abucheos,
gritos de protesta, pitos, camisetas amarillas y verdes, resoplar generalizado
y ganas de quemar consejerías de educación. Un cuadradito gris al final del
artículo refuerza la dirección argumental: “Más
recortes nos llevarán al desastre”. La retórica melodramática se impone en
estos tiempos convulsos. La acidez de mis postulados me obliga a sacarle punta
al lápiz o buscarle tres pies al gato. Pese a la escabechina que están haciendo
los rectores educativos la inversión por alumno catalán es de 3.370 euros. O
sea, que un alumno que empezara en P-3 y acabase en cuarto de ESO (13 cursos si
no hay repetición) cuesta al bolsillo común la nada despreciable cantidad de
43.810 euros . Rescaten el post LITTLE ITALY donde constataba que 35 alumnos (de un total de
117) de Tercero de ESO suspendían casi la totalidad de asignaturas. Inversión a
la puñetera basura. En el pequeño micromundo de mi instituto el boquete es de
1.533.350 euros. Qué sucedería si en una empresa se presentasen números rojos
tan alarmantes, imagino que alguna cabeza rodaría, o no. Hagan extensible el desastre
al conjunto de la nación y verán si no me faltaba razón cuando invocaba un poco
de sentido empresarial al sector educativo.
Creo que ha llegado el momento de dejar de
extender cheques en blanco. Lo hicimos con la política y nos prostituyeron la
democracia, lo hicimos con los bancos y nos cascaron las preferentes y si
seguimos con la educación, la brecha se agrandará con nuestros vecinos. Lean el artículo Más educación, menos crisis recién salidito del horno.
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