Recuerdo la peli vagamente. Tengo presente a la
prota, la Pfeiffer (no preguntéis obviedades), aunque difusos los requiebros
argumentales. Forma parte del género cinematográfico domesticadores de fieras
(alumnos conflictivos) con incomprensión final de la institución. Sin duda es
un refuerzo positivo para la tarea educativa. Gañanes con infancias difíciles
transformados por una profe que los sabe escuchar y les sabe orientar hacia sus
pasiones (oh, capitán, mi capitán) y sus sueños. Edificante historia, los
americanos y sus finales felicísimos. La realidad muchas veces se empeña en
cargarse tramas idílicas ( recomiendo el producto nacional Els nens salvatges).
Yo quiero hablar del miedo. He mirado mi nómina
y no encuentro ningún plus de peligrosidad. Nos pagan por antigüedad, por
ostentar cargos en la estructura jerárquica del instituto, pero ni rastro de ofrecernos
un euro por el desafío que supone enfrentarse a mentes peligrosas. Si algo tiene nuestra clientela adolescente
es una cierta propensión a cruzar las líneas prohibidas. Y si algo quiere el
sistema de nosotros (no se engañen ni les engañen) es mantener a la peña dentro
de Alcatraz. El 70 % (cálculo sin otra base científica que la concienzuda
observación de mi entorno) de las energías que gasta un docente en la ESO van
destinadas a temas disciplinarios y adyacentes. Y sin porras eléctricas, ni
guardias de seguridad, ni otros artilugios defensivos, a cuerpo serrano, a lo
José Tomas, con el afilado cuerno rondándonos la yugular. Los medios de
comunicación se hacen eco de las grandes palizas (es como las muertes en tema
de violencia doméstica) pero detrás de las explosiones mediáticas puntuales hay
un realidad de sufrimiento y de humillación que no sale en los debates
televisivos, esos tan propensos a descalificar la formación de los
profesionales de la educación. Y me pregunto yo: ¿quién nos forma para ir a la
guerra?
Hace una semana expulsé a un alumno de clase.
Se resistió, argumentaba que si no me molestaba porqué no le dejaba en paz. O
sea, traducido al castellano, que quería que le reconociese el estatuto de
vago. Me mandó un par de veces a la mierda, farfulló hijo de puta por lo bajini
y pasó por delante de mí a una distancia poco recomendable.
Yo les quiero hacer tres preguntas:
1)
¿Qué harían ustedes la próxima vez
que vieran al susodicho en actitud vegetativa?
2)
¿Consideran que algún día podría
ir más allá? Si piensan que sí, ¿qué me aconsejan?
3)
¿Cómo consideran que tengo que
gestionar mi orgullo y mi dignidad personal?
Mi deformación profesional siempre me empuja a
poner exámenes cuyas preguntas nunca están en el libro. Mente peligrosa donde
las hubiere.
Gracias por compartir.
ResponEliminaUn saludo.
Raimon Smith
Un placer tenerte en el imperio ácido.
EliminaMe gusta la acidez y la claridad de tu voz.
ResponEliminaTus palabras Ángel me dan ánimo para continuar percutiendo.
ResponEliminaHola, Jordi:
ResponEliminaYo estoy en un centro difícil donde hay Departamento de Convivencia. Obviamente, el alumno al decir esas palabras me provoca un daño que hay que reparar, por lo que se seguiría la vía de mediación, y si no funciona, la disciplinaria.
Pero si uno no tiene el apoyo de los compañeros... en mi caso lo que hice en otra ocasión fue cambiar de Centro. Van a ser muchos años trabajando en lo mismo, y quiero volver a casa y desconectar.
Ahora tengo alumnos así también en mi centro, pero lo que hacemos es intentan arreglar el conflicto. Quizás tuvieron un mal día y estaban intentando pagarlo conmigo.
¡Saludos!
La ayuda psicológica del entorno es de agradecer, nos protege, sin duda. Estoy contigo en que las actuaciones colectivas erradican la sensación de indefensión. Un saludo cordial y espero tus comentarios que enriquecen el blog ácido.
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