“Todo el mundo es
un genio, pero si se juzga a un pez por su capacidad de trepar un árbol, vivirá
toda su vida creyendo que es estúpido”. (Albert Einstein)
Los profesores a
veces somos insoportables, transitamos por las aulas con unas incoherencias
galopantes. Confesémoslo abiertamente y sin ambages.
La señorita de P5
abronca a un piolín de mano poco cuidadosa:
-Niño, tanto te cuesta pintar dentro de la línea, no te puedes salir. Nada
de rayotes sin control. Los troncos del árbol son marrones, las hojas verdes,
el cielo azul y el sol amarillo. No hagas inventos. Siempre se pinta en la
misma dirección, con una intensidad constante. Hay que repartir los elementos
por toda la lámina, nada de dejar huecos.
La profesora de
Lengua se exclama que el mismo niño que corrigió sus excesos a lo largo de los
años ahora sea un encefalograma plano incapaz de elaborar una redacción
digerible para el concurso literario de Sant Jordi.
- Estos chavales de la ESO no
tienen creatividad siempre acaban en temas de novios. El mismo concepto de
amor de las pelis americanas, el mismo romanticismo azucarado, parece que no
existan más temas. Una se desespera de leer tanta mediocridad. Nadie es capaz
de salirse del guión prefijado, se saben de memoria lo políticamente correcto.
El mundo cibernético
que se nos viene encima busca como oro en paño mentes creativas capaces de
deslumbrar a un público (consumidor) ávido de novedades. Si la generación
zapping se aburre se pasa a la competencia. La escuela sigue insistiendo en la
cómoda uniformidad (evaluativa, conceptual, procedimental…) y se exclama cuando
el producto que genera es monocorde y aburrido. Pintar fuera de la línea
durante años constituyó un crimen de lesa humanidad, por arte de birlibirloque
se abre la veda y pintar fuera de la línea alcanza una cotización brutal. Los
cambios bruscos de temperatura provocan que el interfecto no se atreve (porque
no se fía) a crear o, lo que es peor, no sabe por dónde narices empezar. Lógico
y normal.
El hacha asesina de
la creatividad es el desaliento. A los profesores que nos gusta innovar nos
castigan con el látigo de la indiferencia los inmovilistas. Una cara de asco
hace ceder al más pintado y lo desanima y con un poco de suerte lo inutiliza
por los siglos de los siglos. Los profesores poco creativos imponen su forma de
ver el mundo a los alumnos con el único objetivo de que reproduzcan sus
modelos, quieren seguir instalados en la zona de confort que les ofrece el
interior de la línea. Llueva, nieve o ventee, se amotinen los alumnos o se
aburran como ostras, ellos erre que erre. Los avispados zagales que saben que
el aprobado está en su capacidad de calcar ajustan contrastes y brillos hasta
conseguir el plagio perfecto.
Os dejo el cuento de
Peter H. Reynolds para que sepáis que la creatividad a veces se estimula con
algo tan fácil como enmarcar un punto.
Un gran post. Fantástico.
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