Jorge Mario Bergoglio, alias Paco I, pertenece
a la orden de los jesuitas. La Compañía de Jesús fue expulsada de Portugal en
1759 (por supuestamente instigar un atentado contra el rey), en 1762 de Francia
(por supuestamente escándalos financieros en el marco de las luchas contra los
jansenistas) y de España en 1767 (por supuestamente instigar el motín de
Esquilache). No me pregunten por qué asocio conceptos, será cosa de la acidez
que me corroe.
Vayamos de lo global histórico a lo particular educativo. Recortes a final del curso pasado, en mi
departamento faltaban profes para dar horas de Sociales en Primero de ESO. El
hambre con las ganas de comer, el profe de Reli, ese que paga el Estado y
nombra el obispado, ése que
no ha pasado ninguna oposición, que no tiene que defender ningún número como
interino, es licenciado en Geografía e Historia. Un chanchulleo en
la delegación comarcal y ya lo tenemos encajado en el sistema.
Es un chico majísimo, solícito, implicado (cómo
gusta esta palabra a los nuevos directores), se brinda en el recreo a dirigir
juegos escolares con el rimbombante título de Juego y convivencia. Lleva todo
el área de Mediación (o sea, ayuda en el tema de las expulsiones y otras
cuestiones disciplinarias). Y todo con resignación cristiana. No manifiesta una
opinión discordante en las reuniones de departamento ni en el claustro, supongo
que su mano derecha no tiene que enterarse de lo que hace su izquierda. Como
buen meapilas tiene algún pecadillo, el abnegado padre de tres hijos preciosos
no da los buenos días. Vale… tampoco es para crucificarlo. El infiltrado de la
secta más importante del mundo en la escuela pública de un estado supuestamente
laico ha convertido nuestro departamento en un confesionario violando la intimidad de
los profesores que lo habitamos. Les regala caramelos, chucherías, les ayuda en
todos sus problemas, les escucha hasta la saciedad. No, tampoco merece ir al
infierno por esa capacidad evangélica de ayudar al pobre y al descarriado (su jefe romano hace exactamente lo mismo). Al contrario, está a un paso de la beatificación en el instituto.
Pero tiene la lengua larga. No, no hablo de sexo, hablo de tráfico de
información reservada. Tengo pruebas fehacientes. He dejado caer comentarios
críticos contra el equipo directivo y no han durado ni dos horas en volverme en
forma de boomerang a mis oídos.
-Me voy a abstener en el claustro-
le refiero perversamente en la soledad del departamento.
A las dos horas me dice una profe por los
pasillos que la directora y el jefe de estudios están proclamando en el púlpito
de la sala de profes que un funcionario no puede abstenerse en una votación de
claustro por ser un órgano colegiado.
Mis conexiones históricas dispararon mi hilaridad cuando
leí el periódico el domingo. Los directores como jefes de personal plenipotenciarios. Obviamente no habrá color a la hora de decidir
entre san Profe de Religión y yo. Mi curriculum es poco adecuado en los tiempos
de docilidad que corren, incomoda que quiera siempre ir contracorriente,
obviamente la directora preferirá profes más identificados con su proyecto de
dirección, más idóneos. O sea que me veo exiliado a un centro en el que recojan
a todos afectados por el sentido crítico y el pensamiento libre. Amigos, a la
edad que tengo ya no me arrodillo porque me aprieta la artrosis. Si la censura
y la inquisición no lo evitan espero escribir Voz Ácida esperando a LaChalotais también.
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