Hace unos años cuando alguien en la cola del
pan me preguntaba por mis clases yo intuía que el interlocutor se conformaba
con una respuesta rutinaria. Explicaba alguna anécdota graciosa, él me
devolvía la insidiosa bromita de los tres meses de vacaciones y a otra cosa
mariposa. Los profes éramos una pieza más del engranaje previsible de la
sociedad. Hace cinco o seis años las preguntas se tiñeron de inquietud, los
zagales mostraban incipientes síntomas de cambio, picotazos que se sufrían en
la soledad de los hogares y se necesitaba alguien con el que confrontar las
sospechas. El carnicero, la peluquera o el camarero se solidarizaban con
nuestra tarea y acabábamos la plática con un sufrido adónde vamos a llegar que
no dejaba contento a nadie porque imaginábamos que la estación de destino no
sería halagüeña. Hoy el tono de la pregunta va cargado de desorientación y de
miedo.
La función de la escuela surgida de la
revolución industrial era formar curritos que accionasen botones en las cadenas
de montaje. A medida que el sector industrial se diversificó y se mecanizó los
curritos debían tener más conocimientos y la escuela fue engordando su
curriculum al socaire de los nuevos dictados de la economía productiva. La
terciarización del sistema obligó a dotar a los estudiantes de conocimientos
humanísticos y el poder del ocio también trajo estudios artísticos. Pero la
base siempre fue la misma. Chaval, estudia para que encuentres un buen trabajo
y con la pasta que ganes seas feliz. La cultura del esfuerzo se implantaba por sí sola. El estudioso sería médico, cobraría un pastón y residiría en un
chalet y el vago acabaría de basurero (quien podría imaginar hace unos años que pedirían inglés para realizar tan denostada profesión). La burbuja inmobiliaria destrozó los
parámetros en los que se movía la educación. Un paleta o un encofrador podía
ganar mucho más que un licenciado en geografía, moraleja, cagando leches para
la obra y patada en el culo a los libros. Jovenzuelos con Audis apatrullaban la
ciudad con el loro a toda pastilla y nos refregaban a los profes que estudiar
era de pringaos. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Llega la crisis
y se instaura de nuevo la cordura histórica que promueve la formación pero los alumnos tienen coartadas perfectas. Los telediarios abren portada con una estadística del
paro creciente. Y de boca en boca se traspasa la cruda realidad: NO HAY
TRABAJO. ¿Para qué sirve una escuela que crea parados?
-
-¿Y los chavales, qué?
Me lo preguntó Aleix Saló, el dibujante de
Españistán. Cinco millones de reproducciones en You Tube avalan al dibujante de ojos vivarachos.
Me lo preguntó dos días después mi abogado. Y supongo que no serán
los últimos que querrán testear el vivero educativo. No tengo todavía una
respuesta preparada, no quiero contestar al tuntún, no quiero fomentar
optimismos infundados ni pesimismos ancestrales, por lo tanto, me inclino por
un comodín de ascensor.
-
-Vamos tirando.
Hola estoy de acuerdo con tu visión, pese a que el abandono o falta de interés por el aprendizaje y los estudios de nuestros jóvenes tiene mayores causas que el boom de la construcción. Sin duda una pérdida de valores sociales y morales. La televisión entre otras cosas ha promovido que lo guay es ir al gimnasio estar cachas, que los papis suelten (soltaran, ahora ya no tienen) la pasta para las fiestas, que la violencia de género sea algo natural (GH), yo que sé un sin fin de cosas que provoca que ahora al final del camino nos encontramos con una juventud sin valores sociales, sin formación y sin trabajo además de que son conscientes de que su oportunidad de realizarse como personas es escasa y con un futuro oscuro. Será por todo esto que ya somos el pero país en nivel escolar, pues seguramente sí. Menuda bomba de relojería estamos manejando, un saludo.
ResponEliminaTotalmente de acuerdo con tu reflexión. Nosotros hemos creado el monstruo y ahora se revuelve contra nosotros. De ahí que recomiendo urgentemente la devaluación de estas criaturas empoderadas. No son el centro del universo, hay que devolverlas a la triste realidad para que atesoren herramientas con las que superarla.
ResponEliminaMuy de acuerdo contigo Jordi, y en parte con la visión de Pablo. Sin embargo, estudiando el caso me di cuenta de que no se trata de que la juventud (en general, aunque la generalización no es recomendable) no tenga valores, sino que decimos que no tiene valores porque no coinciden con los nuestros. Los valores que imperan actualmente son los de la inmediatez y los del mínimo esfuerzo, lo quiero aquí y ahora. Ya nadie (casi nadie mejor dicho) quiere esforzarse y esperar a conseguir un resultado a medio o largo plazo, también porque la tecnología ayuda a esa idea de que con un botón se llega rápidamente a todo. El desarrollo tecnológico en sí no es bueno ni malo, sino el uso que hagamos de él, y todo esto que hablamos reside en un mal uso. No podemos criminalizar las pantallas y decir que sean malas, que la televisión favorezca esto y aquello, porque la programación es muy amplia y podemos elegir qué ver. Del mismo modo que la mayoría de gente de mi edad ve Sálvame o Gran Hermano, yo veo Redes o El Escarabajo Verde. Recojo una cita muy inteligente de una autora que analiza el caso: "No podemos satanizar las pantallas, pero sí estar muy alerta".
ResponEliminaPronto saldrá un post sobre los valores de los Millenials, que por lo que explicas debe ser tu generación, ya me dirás si te identificas...la inmediatez es uno de los valores más preciados, hay otros...próximamente en las pantallas de Voz ácida. Un saludo.
ResponEliminaMuy interesante el artículo y los comentarios.
ResponEliminaSaludos.