¿Nadie
se da cuenta? Esto ha cambiado, señores y señoras (o viceversa si uno es muy
moderno). Las oscuras golondrinas no volverán. Ni hay que ser un visionario ni
una mente preclara, es puro sentido común. La sensatez la encontré ayer en la
peluquería. Mientras me trasquilaban las greñas la peluquera me explicaba
el caso de su hijo de 20 años. Un zagal que no tenía la ESO por su mala cabeza,
había dado tumbos por Ciclos de Grado Medio y por ahora lloraba porque nada le
salía en la vida. Con una edad para montar catedrales, el muchachote se había
vuelto a apuntar a la escuela de adultos. ¿Algo tendrá que hacer? La madre se
preguntaba y la madre se respondía. ¡Es que no le gusta estudiar! Pero es que
no hay trabajo. Su padre es transportista y quería que se comprase una
furgoneta y a repartir productos por los mundos de Dios, ha desistido, a duras
penas hay trabajo para el cabeza de familia. Mi peluquera ya aceptaba que a
los 30 era muy posible que la criatura siguiera conviviendo con ella en el
nidito familiar. ¿Y qué quieres que haga? A él le gustaría algo manual, como
los aprendices de mi tiempo, me dice. Aunque me encogí de hombros, pensé en
Ilich.
La
institución escolar está agotada. No hablo de leyes (del ínclito Wert) o de
otras zarandajas (ahora salen los obispos pidiendo más religión, otra cortina
de humo para distraer al personal). Hablo de cimientos, de la escuela que
respondía a las necesidades de la revolución industrial (instrucción para
dominar las máquinas) con una pedagogía militar. No hay que olvidar que tres
años después de la batalla de Jena (1806) se instauró el sistema educativo
alemán, cuyo objetivo declarado era la creación de cinco grupos sociales: a)
soldados obedientes para el ejército, b) trabajadores obedientes para las
minas, c) buenos súbditos para el Gobierno, d) empleados serviles para la
industria y e) ciudadanos que pensaran de la misma manera en la mayoría de las
materias. No les parece un calco de lo que tenemos dos siglos después.
Iván
Ilich en 1985 en su ensayo La sociedad
desescolarizada nos marcó el camino ante el agotamiento de un sistema que
solo favorecía a las élites. Para poder crear una sociedad más libre, más justa
y con pensamiento crítico suficiente para iniciar las transformaciones es
necesario desmontar el chiringuito (¡vaya follón!). Ahora que habíamos sacado
las banderas en defensa de la escuela pública, los lemas y las camisetas de
colores. Iván Ilich esboza otros circuitos educativos que no pasan por la
enseñanza reglada colectiva. Es partidario de distribuir los fondos que se
apropia la institución escolar entre los sujetos a educar. La otra peluquera
que estaba presente en la conversación se flipa cuando le digo que la plaza
escolar de su hijo de ocho años cuesta al Estado unos 3000. ¡Jo, sí que es
importante el niño! Ilich propone que se les ofrezca un cheque a los
estudiantes y que cada uno se gaste la pasta en las fuentes educativas que les salga
de la real gana. Y cuando se acabe, pues se ha acabado. Ni repeticiones ni
pérdidas de tiempo. Eso se lo pagará cada uno de su bolsillo y no del de los
demás.
Maduremos
los postulados del visionario. Mientras yo les ofrezco una educación
alternativa, en tres minutos entenderán de qué les hablo.
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