Twitter
lo carga el Diablo. Una provocación permite una respuesta instantánea, la ausencia de reflexión y el exceso de ira puede acabar en deflagración de consecuencias inesperadas. El público (muy numeroso) jalea el enfrentamiento y espolea a los gladiadores que para tenerla más larga o para sacar la pata son
capaces de montar la Marimorena. Precisemos, la sangre no siempre
llega al río, suele haber más ruido que nueces, más te voy a partir la cara que caras
partidas. Ya lo decía Pérez-Reverte el domingo en Salvados, España es un país
violento, la gente pega muchos puñetazos en la barra del bar, luego no se le
pasa ni por lo más remoto montar una barricada o disparar contra el poder. Eso
es harina de otro costal. No han sido pocos los damnificados de la mezcla
explosiva que supone Twitter, el último caído ha sido el infalible y respetado
Hermano Mayor.
Antes
de entrar en la descripción de la batalla twittera quiero romper una lanza
(adapto esta frase hecha en el sentido opuesto) en contra de los espectáculos
televisivos regidos por lo que yo llamo Síndrome Abrefácil. El primero del que
tuve noticia fue SuperNanny, una moderna señorita Rottenmeier importada de Inglaterra
que entraba en la vida de familias medias españolas con el común denominador de tener ogros enanos como descendientes. El anzuelo
del programa era el comportamiento de esos bichos, inicialmente producían pavor
pero luego reconfortaban al respetable que redimía las travesuras
de sus propios retoños con los excesos de los PieldeBarrabás que
salían por la caja tonta. Mal de muchos. La Super(fácil)Nanny daba cuatro
consejillos de manual a los padres y el niño después de algunas intentonas de
salirse con la suya (para alargar el programa y para dar realismo a la
situación) se convertía en el modelo de reinserción que todo país necesita. Yo
escuchaba en mi entorno la admiración por el sentido común de esa mujer que con
un hieratismo de inspiración casi mística mantenía la calma
mientras por su cabeza volaban platos cargados con huevos fritos y bacon. La
admiración comunitaria escondía la necesidad de creerse unas mentiras
necesarias, poder cortar y empalmar las situaciones es un arma letal de la
televisión para convencernos de la realidad que quiere que nos traguemos. Los
malos comportamientos de los hijos tienen un origen (en su
mayoría vinculado a los traumas de los progenitores), las soluciones no se
encuentran siguiendo una línea de puntos, requieren transformaciones más
profundas que dos lecciones de manual de autoayuda. Como el programa de la
Niñera Salvaconductaagresivas tuvo buena audiencia se creó una versión
adolescente y el papel de SalvadordeAdolescentesCaprichosos recayó sobre un
exjugador de waterpolo con una juventud tormentosa (yo también pasé por eso,
chaval) al que se le endosó el rimbombante título de Hermano Mayor. Yo me
flipaba con los protagonistas del programa, quién en sus sano juicio podría
creerse determinados espectáculos con una cámara grabándote. Era teatro y del
malo, la necesidad de vivir una vida en stream de muchos adolescentes los
empuja a salir a la palestra a ampliar sus vicios para formar parte del selecto
grupo de don nadies que pueblan las pantallas patrias. La vida real es otra
cosa, y ese ponderado y sensato muchachote que iba aconsejando a pipiolos
descerebrados cómo debían afrontar la vida con madurez, por culpa del maldito
Twitter, cayó en la trampa y dejó al descubierto lo que se escondía en las
bambalinas.Se enzarzó con la competencia, un tal Frank de la Jungla, intrépido (ironía de la
buena) aventurero que se dedica a hacer chorradas con bichos exóticos. En tres
tuits el Hermano Mayor se convirtió en el Pandillero Mayor. Luego quiso
arreglarlo pidiendo perdón (que mal está haciendo Rajoy a este país) pero el
retrato ya estaba hecho.
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