Usted
va al médico, le manda que se haga unos análisis que acaban en un diagnóstico:
padece cáncer. Acto seguido le recetan pastillas juanola y un laxante. Le emplazan
a repetir las pruebas dentro de seis meses para comprobar la evolución de la
enfermedad. De cajón, el cáncer se está extendiendo. Le prescriben un jarabe para
la faringitis y una pomada que alivie las durezas de los talones , ah…. y nada de
alcohol, ni de tabaco ni de otros vicios (pensar, por ejemplo). A los seis meses otras pruebas. ¡Dios, nos está costando usted una fortuna! Como sigue
saliendo cáncer y no hay manera de erradicarlo decide el facultativo de turno que cambiarán
de laboratorio porque las pruebas no son demasiado claras y sí muy caras. Nuevo diagnóstico: cáncer como la catedral de
Burgos. Un colirio y dos aspirinas y si la cosa se agrava llame a urgencias.
Mientras se le cae la vida a trozos el
médico lo envía a rehabilitación para mejorar la artrosis de las rodillas y le
da hora para la psicóloga, últimamente se le ve muy desanimado. Después de
treinta pruebas diagnósticas con idéntico resultado, usted entra en coma y la
palma. El galeno que rubrica su defunción se exclama de cómo no se hizo nada si
el primer diagnóstico era impepinable. Firma y para adelante como los de Alicante. No descarte que cuando usted descanse eternamente en el
tanatorio velado por sus familiares y amigos aparezca un auditor de calidad y
quiera ver cómo va ese cáncer. Aunque le adviertan sus allegados que usted no
respira, él sacará sus papeles e insistirá en que lo importante es comprobar los
procesos y no el contenido de la calidad que se analiza. Le extraerá sangre
coagulada y la mandará a unos laboratorios que certificarán (como no podía ser de otra manera) que usted
está fiambre. No descarte tampoc que exhumen su cadáver para la enésima prueba diagnóstica. Lo otorgarán su lugar en el ránking de muertos de cáncer y comprobarán en
próximas pruebas si usted está más muerto que el vecino.
En
el mundo de la educación estamos de estrecheces: millones de alumnos por aula,
escasez de material, nulo mantenimiento, congelación de sueldos y otras miserias que ya cansan. No
hay dinero para nada, excepto para hacer diagnósticos. Cada año, mínimo dos.
Parafernalia, movilización general y estadísticas huecas que afirman que la educación tiene cáncer. En seis meses la siguiente pantomima y al paciente ya se le ha empezado a caer el pelo.
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