Mis
padres pisaron lo justo el colegio, en ambos sentidos, como alumnos (la
postguerra no entendía de derechos a la educación) y como padres. Mis iletrados
progenitores tan solo hablaban de la escuela para inculcarme que era la única forma
posible de escapar del pozo en el que ellos tuvieron que bregar. Y yo, venciendo
mi connatural indolencia adolescente, les hice caso. Mis padres estaban en sus
cosas y no tenían tiempo para mis tonterías, no era necesario hablar con el
maestro, yo sabía cuáles eran mis obligaciones y me cuidé muy bien de que el
respetado profesor nunca tuviera que dar quejas sobre mí. Y no me considero
ningún Superman, mis compañeros de clase de aquellos tiempos de pupitres negros
que chirriaban al levantarse hacían exactamente igual que yo, currar y callar.
Y cuando te preguntaban por el cole siempre respondías con un escueto bien,
bien.
Me
sorprende cómo se ha desplazado el péndulo hacia el otro extremo. Los padres de
mis alumnos quieren estar permanentemente informados de todo, pisan día sí y
día también la esfera reservada a educadores y educandos, dejan sus trabajos y
su ocio para entrevistarse a todas horas con el tutor para encontrar salidas a
un problema que no es suyo. Si su hijo no empieza a desgastar los codos, por
muchas entrevistas que se produzcan, no hay nada que hacer. La degeneración ha llegado al ámbito universitario, parece que han tenido que prohibir en alguna facultad que los progenitores asistan a las revisiones de exámenes.
¿Por
qué quieren conocer la evolución de su pipiolo ON LINE? ¿No confían en él?
¿Creen que tienen una varita mágica para enderezarlo cuando se tuerza? ¿Saldrán siempre en su auxilio? Cuando les formulo las preguntas directamente a la cara, se quedan
contrariados, me miran como diciendo, ¿no es eso lo que debo hacer? ¿Un buen
padre no tiene que preocuparse por su hijo? Vuelvo con las preguntas
molestas. ¿Por qué? Porque soy responsable de la educación de mi hijo. ¿Más que
tu propio hijo? Y cuando me da la diarrea preguntona no tengo límite. ¿Y para
cuándo la libertad? Incluida la libertad de equivocarse, de escoger caminos
tortuosos o poco recomendables. Me descargan toda la batería de sermones políticamente correctos. Todos van en la misma dirección, desmontar
mi excesiva confianza en la libertad, y en lo que es peor,
cargarse como daño colateral la responsabilidad personal de sus retoños. Sé que tengo la partida perdida, sé que mis
mensajes van contracorriente en unos tiempos en que la familia y su función de paraguas
protector están en auge. Pero oigan, esto es Voz ácida, y aquí se permiten
algunas licencias.
Les justifico el post. Hace
unos minutos que he salido de una clase donde un alumno quería que me entrevistase
con su madre para que me explicara por qué no había hecho un trabajo en grupo.
Ayer, sus compañeros, me lo pusieron de vuelta y media, no había pegado ni el
huevo, miento, se había esforzado hasta la saciedad en ofrecerles excusas
increíbles para no presentar su parte. Ahora venía a por mí. Me he negado y le
he recomendado que se dirigiese a sus compañeros para explicarles una nueva
trola. Indignado porque no había picado en su anzuelo me ha espetado con malos
modos:
- ¡No me trates como un niño!
- ¡No me trates como un niño!
¡¡No te portes como un niño!!!
ResponEliminaMis padres, como muchos padres de su generación, se parecían a los tuyos.
Yo, como madre, he visitado el colegio de mis hijos cuando me ha llamado el profesor. Y, en esa primera entrevista, le he dicho que no me vería más hasta que él volviera a llamarme.Que estaba tranquila sobre el comportamiento de mis niños pero, en caso de problemas, también estaba tranquila sabiendo que no dudaría en avisarme. No me ha llamado nunca. Ahora esos niños son Fisioterapeuta y proyecto de farmacéutico, saben correrse una juerga y saben que conseguir algo cuesta esfuerzo y sacrificio. Igual que nos ha costado a nosotros, sus padres, y nunca pedimos un aplauso, una bicicleta, un móvil o un coche por realizar nuestro trabajo.
Un besote