Cada
año se me acercan uno o dos pipiolos con la misma cantinela. Algunos lo hacen
sinceramente, porque les nace de sus experiencias, otros, como arma pelotera
con la que conquistar al profe de Sociales con un comentario que pueda
enternecerlo de cara a los exámenes (mira que soy mal pensado, por eso acierto
mucho).
-
-Profe, a mí me gusta mucho la
Historia.
También
puedo adivinar sin mucho riesgo lo que sigue después. Para corroborar su amor
loco por el curso de los tiempos pasados me montan una exhibición de
conocimientos sobre el período sobre el que han proyectado su platonismo. El
seductor Imperio Romano (legiones, bacanales, emperadores díscolos, conquistas,
gladiadores…) va a la cabeza pero también he conocido viciosos de Egipto y sus
faraones o pirrados por los conflictos bélicos. No falta un provocador que se
declara seguidor de Hitler (o en versión spanish que afirma con descaro que con
Franco vivíamos mejor sin haber existido en la dictadura). Su exacerbada admiración por la Historia me suele oler a chamusquina (siempre
malpensando, cómo eres). No desmonto a bazocazos la
noche de Reyes de los enamorados de mi disciplina, dejo que sigan viviendo el idilio hasta que en las primeras estribaciones científicas
comprueben con sus propios ojos que aquello que ellos veneraban como Historia
podría ser traducido por Literatura o Cine o una mezcla de ambos.
La
Historia suele tener dos filos, uno cortante (el de los vencedores, que dejan
sus testimonios) y otro romo (el de los vencidos, la mayoría silenciosa que hay
que rastrear para darle voz). La interpretación de los hechos del pasado
corresponde a los historiadores que esclavos de su ideología y de sus
prejuicios barren para el lado que más les conviene. La investigación de las
fuentes (directas e indirectas) es a veces jeroglífica y capciosa, abundan las
trampas que pretenden construir una autopista recta que recala en los intereses
del presente. Eso explica que por muchas reformas educativas que se implanten
ninguna suprime la Ciencias Sociales, pese al asedio de los conocimientos técnicos, resistimos (otra cosa son los
filósofos que ya han sido declarados inservibles, no interesa que los alumnos
se les ocurra pensar o saber lo que se ha pensado). No llevarse a engaño, una
cosa es que nos dejen dar Historia y otra muy diferente es qué Historia quieren
que demos (no se olviden de las jóvenes peperos de Castellón). Concluyendo, la
Historia no es única, ni unidireccional, ni fácil (malo cuando lo parece), ni
inocua.
Para
ilustrar la dificultad que tiene la interpretación de la Historia les
recomiendo la entrevista que le hizo el Jot Down a Wolf Murmelstein, hijo del
dirigente judío del campo de concentración de Terezin (antigua Checoslovaquia).
La Historia (después del holocausto muy favorable a los judíos) sentenció a
Benjamín Murmelstein (el padre del entrevistado) como colaboracionista del
régimen de Hitler. La justicia no pudo probarlo pero vivió con el estigma hasta
su muerte en Roma en 1989. Su hijo explica otra Historia, lo que parecía
claramente blanco, él lo refiere como negro. El colaboracionismo (hasta con el
famoso Einchmann banalizado por Hanna Arentdt), el hijo del interesado la
convierte en salvación de su pueblo. ¿Lo exculpa por un ciego amor filial?
¿Realmente sucedió así?
La Historia es difícil pero muy útil para manipuladores y buscadores
de la verdad. Cuando empiezo a formularles preguntas afiladas a mis alumnos sobre esos hechos indiscutibles
que amaban como una esposa fiel, se desencantan y le ponen
los cuernos por otra disciplina menos ambigua. Así es el amor, así es la
Historia.
No somos imparciales, ni fueron quienes nos formaron, ni son quienes forman a nuestros hijos. La verdad absoluta no la tenemos y, en cuestión de HISTORIA, ¡¡Nos han contado cada milonga!!
ResponEliminaSoy más de ciencias.
Un besote.