Las nuevas tecnologías avanzan inexorablemente,
tanto, que esta obviedad durará pocas horas en llegar de mi teclado a uno y otro
confín del mundo conocido (chúpate expresión barroca). Nuevas formas de hacer,
de pensar, de sentir, de relacionarse, y a la vez, como una muestra
de la poliédrica naturaleza humana (los que dirigen las máquinas no se
olviden) perviven tradicionales vicios, endémicas trastiendas, ancestrales maldades, mentiras
de toda la vida.
La escena que les recomendaré se rodó en blanco y
negro. Aunque tiene 45 años está de rabiosa actualidad. Un Tony Leblanc genial haciendo de tonto del culo y
un Antonio Ozores (no, hijo, no) en el papel de alma caritativa encarnaban el mítico timo de la estampita en la peli Los tramposos.
El timo del timador timado es una lección moral.
Se puede coger por múltiples esquinas, desde el castigo al ansia de dinero fácil a la traición del supuesto factor suerte, el
abuso de los débiles o la fragilidad de los tópicos falsos (un cura con
brazalete negro es suficiente para que pique el lerdo). Todo contribuye a meter por el agujero a un
incauto que se cree el rey del mambo. Sin una suficiente dosis de vanidad es
imposible el milagro. Con una ración de desconfianza se hubiese descubierto el
pastel pero los timadores saben castigar el bazo de los arrogantes.
La industria del timo se ha modernizado con las
nuevas tecnologías, cazar el futuro con una redecilla es una zanahoria potente
para cualquier incauto de pro. Y eso es lo que hizo Jenaro García, propietario
de Gowex. Su historia licua la sangre más que la de su santo napolitano. En el fondo ha
sido un copión de Leblanc, vendes la primera estampita como si fuera un
billete de 500 euros y las siguientes (cuentas maquilladas) son hojas de papel
en blanco. Los tramposos de la peli hacían mutis por el foro para que cuando la
víctima quisiese reaccionar ellos estuviesen en Torremolinos ligando suecas.
Jenaro se recreó en su suerte y lejos de desaparecer se dedicó al culto al ego figurando en fotos con ministras y presidentes del gobierno o posando en especiales del actual Rey (con el que presume de compartir
promoción universitaria).
Si Jenaro se ha llevado la fama, Salvador Martí,
propietario de la empresa F7, una start-up dedicada a los sistemas de seguridad
por reconocimiento facial (también premiada por la Garmendía, ministra talismán
para los timadores), es un exponente estrambótico de los nuevos métodos de
timo. El título del artículo de El Público en mayo de 2010 ha resultado
profético. Objetivo: sacar el dinero por la cara. El autor quería hacer un
juego conceptual entre el objeto de la empresa y sus beneficios y ha resultado
una definición precisa del modelo de negocio del timador Martí. Si Leblanc
repartía estampitas, el informático alicantino presumía de haber instalado su
sistema de seguridad en el Empire State Building. El País ha descubierto que
los americanos no tienen ni repajolera idea de la existencia de F7. Y la magia siguió más allá, con una
facturación de 8500 euros (sí, han leído bien, no falta ningún cero) el MAB ha
valorado la gaseosa empresa de Martí en 21 millones de euros (sí, han leído
bien, no sobra ningún cero). El
software que vende F7 promete ser eficiente, descubre el rostro de cemento de su inventor con dos cifras.
La más inquietante figura del timo de la estampita
es la de Antonio Ozores. Ese cura con brazalete negro que propicia la
credibilidad necesaria. Por mucho que me lo expliquen, yo soy muy duro de
mollera, y no creo que Jenaro García y Salvador Martí pudiesen crear solitos
un entramado tan sofisticado sin la presencia de una caterva de Ozores con los
que repartirse los jugosos dividendos de sus timos 2.0. Qué miedo da la
policía, no porque reparte palos en las manifestaciones sino porque parece
aceptar mordidas para dejar vía libre a los timadores con corbata. Lo de las
preferentes sigue en mantillas y ya están llegando nuevas oleadas de timos del
sector tecnológico. La decencia acabará en un museo.
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ResponEliminaPorqué hay gente que se fia de esta gentuza?