Si
dividimos la población en cinco niveles de riqueza, una movilidad
intergeneracional perfecta implicaría que, independientemente del quintil de
ingresos al que pertenezcan los padres, un niño tiene un 20% de probabilidades
de situarse en cualquier otro quintil de ingresos en el futuro.
Morten Olsen, profesor de economía de IESE.
Mi abuelo paterno fue un campesino granaíno de
principios de siglo. Piso primero. Mi padre consiguió emigrar de territorio
andalusí para engrosar en Catalunya el ejército de operarios textiles, con
esfuerzos ímprobos (echar más horas que un reloj) y sudores amargos (aguantar
las cabronadas de lo jefezuchos) consiguió ascender al segundo piso. Mi madre y
mi abuela fueron apéndices de los hombres con los que se casaron, epígrafe
discriminatorio: amas de casa.
Mi padre y mi madre desde que tengo uso de razón
nos inculcaron a mi hermano mayor y a mí que era necesario que estudiásemos.
Habían llegado al segundo piso y esperaban de nosotros que nos encaramásemos al
siguiente. Estudia lo que quieras pero estudia. Mis padres casi analfabetos me
legaron las instrucciones del ascensor. La única manera de no descender de piso
y ascender al siguiente eran los estudios, el logro educativo que podía
conducirnos a un buen destino social. Mi hermano y yo nos hemos instalado en el
tercer piso.
“El sueño americano” (cómo son estos yankees que
se apropian hasta de los sueños) parece desvanecerse en todo el mundo
desarrollado. Una crisis (miren que ha habido a lo largo de la historia, si mi
padre y mi abuelo levantasen la cabeza…) ha sido capaz de convencer a las
nuevas generaciones de que el ascensor se ha estropeado y que no sirve de nada
estudiar porque al final no podrás subir al cuarto o al quinto piso. Mejor
conformarse con el tercero de tus padres (no se van los adolescentes de 30 años
ni con lejía de los hogares familiares) o con el descansillo entre el segundo y
el tercero de los abuelos (familias viviendo de la paga de los abuelos).
El modelo que me legaron mis padres en provechosa
herencia fue el del esfuerzo (yo los vi a ellos hacerlo y lo copié con éxito).
No tengo claro que esta generación de padres y madres a los que pertenezco estemos
legando la misma herencia. Los cachorrillos que echamos al mundo se creen que
se sube automáticamente de piso y desafortunadamente esa creencia los tiene
atrapados en el continuo lamento. Cuando se estropea el ascensor solo caben dos
soluciones: a) esperar a que venga el técnico a arreglarlo (habrá que llamarlo),
hablo de soluciones estructurales a largo plazo b) subir a pata, hablo de
espabilarse y dejar de llorar.
La inspiración de este post no me la insuflaron
las etéreas musas sino de una alumna terrenal de primero de Bachillerato que con angelical
voz declamó desde el fondo de la clase: ¡Qué difícil es este tema, profe!
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