Una preguntita de nada alborota al gallinero.
Ni filosofía cuántica, ni latín, ni el teorema de Pitágoras, ni por supuesto
requerir el autor del Quijote (líbreme don Miguel de un escarnio seguro). Más
sencillo, eso que los gurus de la pedagogía denominan aprendizaje
significativo, vincular los conceptos a enseñar con la realidad del alumno.
Estamos en Tercero de ESO y estudiamos Globalización y desigualdad. Y se me
ocurre afirmar, sin pensar en la trascendencia de la interrogación, que hay
muchas personas en España que pasan con menos de 50 euros al mes. ¿Seríais
capaces de hacerlo vosotros?
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Venga, profe, anda que no eres
exagerado.
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Solo pagar una casa de alquiler ya
cuesta lo menos cuatrocientos euros.
Imparto mis clases en un instituto situado en
una población con un 30% de inmigración magrebí y latinoamericana. Reciben mis
lecciones un 60% de alumnos cuyos abuelos emigraron a Catalunya procedentes
principalmente de Andalucía y Extremadura. O sea, la alcurnia de mis educandos
es bastante modesta. Estos prototipos neoburgueses no pueden imaginarse que
haya individuos pululando por su alrededor que no tengan techo.
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¿Y en ropa? ¿Qué te quieres
comprar con esa pasta? Ni en los chinos…
Cincuenta años no son nada en la historia. Dos
generaciones apenas. El bienestar es una alzehimer poderoso. Ya no existe la
posibilidad de compartir habitación entre hermanos (qué lata) o comprar a
cuenta en el colmado del barrio (las tarjetas de crédito se ocupan de disfrazar
los apuros). Recuerdo renunciar a una excursión con una excusa poco consistente
para ocultar que en casa no había un duro para caprichos. Puta burbuja
inmobiliaria, les ha dejado a estos chavalotes un espejismo del que les costará
desvincularse.
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Pero si mis padres se dejan cien
euros cada semana cuando vamos al super… ¡Y somos cuatro!
No puedo reprimirme, me voy a la pizarra y con un
arte que no se puede aguantar les dibujo un saquito de arroz (cualquier
parecido con la realidad pura coincidencia). Les propongo que me digan el precio.
NPI (ni puta idea). Les propongo que me digan cuántos platos de arroz pueden
salir de un paquete de arroz. No repetiré las siglas groseras. Mínimo seis
platos calculo por lo bajo. Tres o cuatro días de subsistencia. Carcajadas en
el fondo de la clase, no cabe en su mente cibernética comer arroz hasta que te
salga por las orejas.
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Pues yo robaría. Antes que
quedarse sin comer. Voy a una tienda, cojo lo que pille y echo a correr…
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Si eso ya lo haces ahora- suelta
una voz acusadora que vuelve a provocar el cachondeo generalizado.
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¿Y si tuvieses ochenta años?
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Joder, profe, todo son problemas…
Pero, es que quedarse sin comer…
Suena el timbre que anuncia el patio. Los
bocatas envueltos en papel de plata no faltan. No sé por qué me vienen a la
memoria las penurias que pasaron mis padres en la posguerra en una Andalucía
pobre como una rata. Las estrecheces en la tierra de promisión catalana. Y miro
a los que salen por la puerta con sus marcas y la displicencia que da tener
accionistas que te pagan la vida. Me pregunto de quién son nietos. Déjalo,
profe, cómete tu bocadillo.
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